La política dominicana: entre la lealtad y la traición

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EL AUTOR es comunicador. Reside en Santo Domingo.

«Nacido, criado y educado en el seno de la sociedad, el hombre recibe de ésta los sentimientos, el carácter, las ideas y los hábitos que seguirá a lo largo de su vida”, escribió Valentín Letelier, citado por Robert D. Crassweller en su libro Trujillo, la trágica aventura del poder personal.

Esa reflexión cobra sentido al hablar de lealtad, porque sin confianza ni compromiso auténtico no hay estabilidad en la vida social ni en la política. Recordaba que el ser humano hereda de la sociedad sus ideas, hábitos y carácter. La política no escapa a esa realidad. La lealtad, entendida como compromiso sincero con los demás, debería ser el cimiento de toda vida pública

Ser leal al amigo, a la familia, al partido y, sobre todo, al líder que encarna un proyecto colectivo, no es simple virtud: es condición necesaria para sostener la confianza en la democracia. La lealtad debería ser principio básico: hacia la familia, la comunidad, la empresa y, sobre todo, hacia los partidos, sus líderes y candidatos.

No obstante, la historia dominicana nos enseña que la deslealtad —la traición— ha sido una constante. La deslealtad —la traición— ha acompañado a los dominicanos desde el nacimiento mismo de la República.

Una tradición de traiciones

El siglo XIX estuvo plagado de ejemplos. Desde Pedro Santana hasta Ulises Heureaux, pasando por la inestabilidad del Partido Azul, la política fue escenario de intrigas y maquinaciones. Fue un símbolo de astucia y oportunismo que llegó al poder traicionando a quienes antes había servido.

En el siglo XX, Rafael L. Trujillo comprendió mejor que nadie la cultura de la deslealtad. Gobernó con mano de hierro porque sabía que la traición rondaba incluso en sus filas. Entendió ese espíritu oportunista y gobernó 30 años controlando férreamente a quienes sabía capaces de traicionarlo. Irónicamente, algunos de sus propios colaboradores participaron en la conspiración que lo llevó a la tumba el 30 de mayo de 1961.

Algunos historiadores señalan que Balaguer habría tenido conocimiento del complot no confirmadas, el doctor Joaquín Balaguer, primero colaborador de Trujillo, tenía conocimiento del complot. Jugó su papel en la caída del régimen. Luego, a lo largo de su extensa vida política, fue víctima de sus propios seguidores.

Tras la dictadura, la cultura de la deslealtad no desapareció: se transformó y alcanzó también a la etapa democrática; Juan Bosch sufrió un golpe de Estado apenas siete meses después de asumir la presidencia en 1963, víctima también de traiciones.

Igual destino corrió el coronel Caamaño, delatado en su retorno armado en 1973. Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco, José Francisco Peña Gómez y más recientemente Leonel Fernández, cargaron con la decepción de ver a sus propios colaboradores abandonarlos o delatarlos cuando más necesitaban apoyo.

 El clientelismo y la doble moral

El clientelismo alimenta ambiciones personales, fomenta el oportunismo y convierte a la lealtad en una moneda de cambio. Muchos dirigentes callan ante abusos mientras disfrutan del poder, pero levantan la voz cuando ya no tienen nada que perder. Esa doble moral erosiona la credibilidad y siembra desconfianza en la sociedad. ¿Puede la sociedad confiar en quienes sólo se atreven a hablar cuándo “el barco se hunde”? Duarte fue claro: “Mientras no se escarmienten a los traidores como se debe, los buenos dominicanos serán víctimas de sus maquinaciones”.

 Reflexión final

La lealtad política no es un favor personal: es un deber con la democracia y con la nación Traicionar por conveniencia es traicionar al país. Hoy más que nunca cabe preguntarse: ¿dónde está la lealtad política? La advertencia sigue vigente. Señor presidente, la historia advierte: la traición suele venir de los más cercanos.

jpm-am

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