Memorias de San Cristóbal: obra que revela la historia local detrás de la República (1 de 2)

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El autor es politólogo y teólogo. Reside en Nueva York

Me sumergí en la lectura de Memorias de San Cristóbal, del periodista y escritor José Pimentel Muñoz, una obra que no solo rescata episodios olvidados de la historia local, sino que nos cuenta y recuerda con ojo forense los matices de un territorio que ha sido columna vertebral de la nación.

En esta recopilación de información a través de documentos históricos y artículos de opinión, se percibe una arqueología de datos, nombres y escenarios que usualmente pasan inadvertidos cuando la historia nacional se traga la cotidianidad provinciana.

El libro, ágil en su lenguaje y nutrido de distintos estilos por la variedad de autores que participan en la compilación, funciona como espejo retrovisor que devuelve, con fluidos y fragancia, las huellas afro-dominicana de San Cristóbal, su topografía y   hospitalidad.

En el prólogo aparece el  subtítulo “Evolución Histórica de San Cristóbal” que nos habla  de sus orígenes a partir del 1500, “época en que Bartolomé Colón, en cumplimiento de órdenes del gran Almirante, fundó el Bastión de San Cristóbal”. Y nos recuerda que en “los márgenes del río Nigua, se creó el primer trapiche movido por caballos para fabricar azúcar de la isla”. (pág:15)

Esa mezcla de elementos humanos y ambientes naturales configura no solo el paisaje, sino la identidad compleja que acompañó al nacimiento de la República.

Con “enormes hatos, pastos naturales y grandes plantaciones de bijas, café, cacao, tabaco, jengibre y otros frutos de suelo”. Nos acerca para descubrir cómo desde sus orígenes ha ido evolucionando esta población.

El libro no trata una simple crónica, sino como entender la historia local siendo célula de un músculo mayor.

Esa célula del tejido histórico se ve mejor, sin microscopio, en el contexto del trapiche. En Memorias de San Cristóbal aparece no como máquina, simple, de molienda, sino siendo un eje de las relaciones sociales y económicas dentro las contradicciones raciales. Y muestra así la demografía de ese entonces.

En uno de los artículos encontramos que “el ingenio fue la fábrica de autoridad local y la matriz de esas relaciones sociales en la región”. Con ese detalle  revela la dimensión socioeconómica y cultural de la identidad sancristobalense: la caña y su molienda construyeron paisajes y jerarquías que todavía perviven.

A partir de ese trasfondo azucarero, la obra conecta la política y la explotación minera. San Cristóbal no fue solo escenario; sino protagonista de las tensiones independentistas.

La ciudad aparece vinculada a las conspiraciones, a las discusiones sobre libertad y soberanía y también los temores del resurgir esclavista bajo nuevas formas.

El libro permite ver que en la búsqueda de su inspiración la población mayoritaria negra y mestiza veía con temor el resurgir de “La maldición de la esclavitud”, surgida la independencia 1844, algo que algunos sociólogos e historiadores dicen funcionaba como amenaza latente en la población -mayoritariamente negra y mestiza— consciente del peso racial en la construcción del nuevo Estado.

La Constitución

El libro tiene un artículo muy inspirado en el sentido de la relevancia de ser de San Cristóbal como sede de la primera Constitución Dominicana, con la reunión de la Junta Central Gubernativa. (pág:16). No se firmó como casualidad geográfica, sino dentro de una decisión estratégica cargada de señales, códigos y signos.

La ciudad ofrecía condiciones de seguridad, centralidad y discreción que Santo Domingo no podía garantizar en 1844. “San Cristóbal fue elegida para la redacción y firma de esa primera Constitución por su ubicación, su ambiente de neutralidad relativa y su tradición de liderazgo local”, recuerda un artículo citado en la obra.

Con ese acto, San Cristóbal quedó inscrita en la memoria nacional, como cuna jurídica del país.

Una reseña histórica  importante citada en la obra es cómo el Padre  Juan de Jesús Ayala, siembra la piedra de lo que sería la “primera iglesia” (pág:21).

El libro destaca la figura de José María Cabral (pág: 81), como puente entre lo local y lo nacional. Nacido en San Cristóbal, Cabral llegó a ocupar la presidencia de la República y a desempeñar funciones militares decisivas. Un dato curioso que muchos desconocen. Esta mención no es ornamental: señala que, desde el origen mismo de la República, los sancristobalenses han sido actores y no espectadores de la historia. La biografía de Cabral, también demuestra su carácter personal cuestionado en el artículo.

Volviendo a la narración  con el Padre Juan de Jesús Fabián Ayala, el “Padre Ayala”, lo coloca como figura extraordinaria eclesiástica y cívica para la consolidación de la vida urbana y espiritual de la provincia.

En registros parroquiales y crónicas aparece como arquitecto social; fundador en la práctica de una comunidad organizada, que dotó de sentido y cohesión a un territorio en construcción.

Así, de tal forma el libro nos entrega información de un pueblo, y su avance que no solo se dan con leyes, sino con manos concretas y liderazgos silenciosos (pág:57)

La Restauración

La Guerra de la Restauración ocupa otro lugar privilegiado en estas páginas. San Cristóbal y sus hombres se integraron a las cadenas de resistencia que expulsaron a los soldados de la anexión española y, con ello, defendieron la idea de nación, sin el miedo que le provocó al principio la independencia a los negros y  mestizos.

“Entre los héroes de San Cristóbal que se destacaron en la Gesta Restauradora se encuentran: El general Eusebio Pereyra. El general Alejo Campusano se distinguió peleando en Cambita Garabitos, Fundación, Sabana Toro y Doña Ana. Lugares en los cuales dio pruebas de su valor y coraje. Fue ascendiendo gradualmente hasta ganar con justicia el grado de General de Brigada. José Mercedes, que militó en la línea Este a las órdenes de Luperón y Manzueta, y posteriormente Comandante de Armas del Cantón de Manomatuey,  Manuel Mateo, hombre de armas. Fernando Lapaix, que peleó en los campos del Cibao. Eusebio Pereyra, que en 1864 fue Comisario General de las líneas Este y Sur. Aniceto Martínez, que se fue a residir a San Juan de la Maguana y cuando no bien sonó el grito de insurrección fue de los primeros para  ingresar en las filas de los nuevos libertadores, siendo como otras veces de la línea de vanguardia. En esa postura sirvió a Pedro Florentino para realizar, como Jefe Superior de Operaciones, su primera marcha hasta San Cristóbal”. Entre muchos otros patriotas más” (pag:56)

Este episodio conecta a la provincia con el ciclo de luchas más decisivo del siglo XIX, mostrando que la Restauración no fue un acto único, sino un proceso repetido de afirmación donde lo racial no prevaleció, como al principio.

No menos importante es la reseña de Antonio Duvergé, de padre haitiano y corazón dominicano, cuya trayectoria ilustra la complejidad étnica y política de la región.

Este libro es una  recuperación documental de que San Cristóbal fue también un punto de encuentro y mezcla, un laboratorio de identidades que no cabe en categorías rígidas.

Los autores parecen decirnos que la dominicanidad es una práctica de su lucha y no una esencia cerrada.

Esta dimensión plural se prolonga en el siglo XX con figuras como Henry Gazón Bona, ingeniero y arquitecto que dejó su impronta en obras públicas emblemáticas. Su legado enlaza el espacio construido con su modernización, haciendo de la arquitectura un testimonio. “Las ciudades hablan no solo por sus archivos, sino por sus edificios”, sugiere la obra al citar inventarios patrimoniales.

San Cristóbal nos cuenta parte de sí misma en cemento, madera y caoba.

Casa Caoba cuando conservaba esplendor

Casa Caoba 

Este último material nos conduce inevitablemente a las casas de Trujillo, especialmente la “Casa de Caoba”, símbolo del vínculo íntimo entre dictador y lugar natal.

En Memorias de San Cristóbal se describe con precisión como estas residencias se convirtieron en escenarios de poder personal y en emblemas de ostentación.

La textualidad de un artículo destaca la alfombra de esta casa con los colores de la bandera de Estados Unidos, descrita como “un telón grueso hecho con los colores, la estructura y el diseño, incluyendo las estrellas”. Un detalle casi teatral que revela como el poder se representaba a sí mismo.

Además esta casa ha sido llenada con todo tipo de imaginación que van desde lo inverosímil a lo real, envueltas las anécdotas y los cuentos en tragos, adolescentes desfloradas, conspiraciones y ciertas órdenes.

Trujillo

Tras el ajusticiamiento del dictador, la provincia fue testigo del saqueo y la dispersión de bienes. La pregunta “¿dónde quedó la fortuna de Trujillo?” sigue abierta, la interrogación, en la historiografía y el periodismo.

La obra nos deja en el imaginario sin ser escrito: incautaciones, litigios internacionales y maletas de dinero que nunca llegaron a contarse del todo.

La dimensión narrativa casi novelesca recuerda que el poder económico del trujillismo fue tan personal como opaco.

La obra registra “la migración cibaeña hacia San Cristóbal”, fenómeno que modificó la composición demográfica y cultural de la provincia. Con este movimiento poblacional se introdujeron nuevas prácticas agrícolas, acentos, costumbres y redes familiares, dejando un sustrato vivo que palpita en mercados, fiestas patronales y topónimos.

La historia local se entiende mejor cuando se reconoce su carácter migrante y dinámico.

No menos viva es la vida cultural que se rescata en la obra: bandas de música, orquestas populares y artistas cómo “Luis Alberti, que tocaron en plazas y clubes de San Cristóbal, conectando al pueblo con circuitos nacionales de la música popular. Alberti y la Orquesta Santa Cecilia “cantaron a San Cristóbal y contribuyeron a crear una identidad sonora local”, con estos datos el autor devuelve protagonismo a una memoria cultural muchas veces marginada.

En materia de infraestructura, se documentan proyectos de agua y saneamiento que atraviesan décadas. Al hacerlo, vincula política pública y vida cotidiana, mostrando que la modernización no es un relato abstracto sino la suma de obras concretas. Desde el primer esfuerzo de acueducto de agua potable y planta de tratamiento hasta las más recientes inversiones. San Cristóbal ha sido laboratorio de soluciones y también de deudas históricas.

La Toma

El compilador de los distintos artículos de la obra -José Pimentel Muñoz- nos narra: “La gran capacidad de La Toma como fuente de agua, es renombrada desde hace mucho tiempo. Tanto, que en 1911 se discutió la posibilidad de abastecer a la capital con agua de La Toma. Un ingeniero extranjero, Eleuterio Hatton, muy famoso en esa época, dijo que el manantial tenía agua suficiente para la población de Santo Domingo y para lavar sus calles y cloacas todos los días”.

Sigo citando: “Hatton, quien visitó La Toma varias veces, estimó que brotaban del manantial unos 1,500 litros por segundo. Y señaló que calculando 120 litros diarios por persona, abastecería una población de más de un millón de habitantes. El ingeniero no precisó, sin embargo, el costo de ese proyecto y observó que se requerían largos estudios”.

“En esa época se discutía como surtir de agua a la ciudad capital. Y se proyectaba abastecer el acueducto de las fuentes de Haina Arriba e Higüero”.

Finalmente cito: “Hatton estimaba que el agua de La Toma era mejor porque era de manantial y brotaba con entera limpieza y pureza, contrario a la de los ríos Haina e Higüero, que adolece del inconveniente de que pierde su limpidez una vez que ha llovido. Además, dijo, se contamina con las aguas superficiales y se hacían necesarios tanques de decantación y filtro. En 1911 el ingeniero Hatton fue entrevistado por el Listín Diario sobre su proyecto. La entrevista apareció en la edición del 21 de noviembre de ese año”. (pág:65)

El llamado “informe Porter” es citado como fuente para ciertos datos históricos, técnicos y económicos del pasado.  Esa referencia no es solo un guiño de erudición: es más que una invitación a buscar y estudiar documentos que están dispersos o perdidos. La obra funciona como archivo de construcción, señalando rutas para investigadores, archiveros y comprensión de la idiosincrasia local.

Más allá de los nombres y los episodios, lo que Memorias de San Cristóbal logra es unificar historia política, económica y memoria social en un relato coherente y con ritmo. Esa coherencia es un acto de justicia: devuelve a la provincia el papel de sujeto histórico que le corresponde para impregnar en la memoria colectivamente que sin historia local no hay nación completa.

Por todo ello, recomiendo la lectura de este libro. No solo como un manual de consulta local, sino también de brújula para investigaciones futuras, e  instrumento pedagógico en aulas y talleres, para preservación de la identidad histórica. Tal como señala la obra en su epílogo, “la memoria es un deber cívico antes que un pasatiempo intelectual”.

José Pimentel Muñoz

El autor

Su autor -José Pimentel Muñoz- principal recopilador de otros importantes artículos y documentos históricos, dejó no solo en el imaginario local, sino internacional, un río profundo que a través de su corriente va irrigando los territorios mentales de aquellos que siembran conocimientos para repartirlo en cosechas.

Pimentel Muñoz, pluma curtida como buen escribano, con maquinilla en vez de tintero, nació en San Cristóbal, donde el aire parece guardar secretos de antiguas callejuelas y murmullos de historias olvidadas. Sus palabras, punzantes cómo alfileres y suaves cuando está  cubierta de terciopelo, recorren páginas y emisoras, convirtiendo la crónica en canto, y la memoria en espejo.

Ha tejido su tiempo entre reportajes, notas y entrevistas, en que cada letra respira al compás de su intuición. Memorias de San Cristóbal no es solo un libro: es testimonio, crónica, anécdotas. Es  viento que arrastra ecos, es voz de un hombre que escucha a su pueblo y traduce su pulso en verbo y adjetivo que hablan. En cada línea, Pimentel Muñoz hace sentir que la historia late y que la textualidad carga la sangre hasta la eternidad.

Finalmente, esta reseña busca ser un homenaje a un esfuerzo historiográfico que dignifica la historia local. Memorias de San Cristóbal no es únicamente un libro: es un documento vivo, una invitación a mirar más allá de los relatos oficiales y reconocer que, en cada provincia, la complejidad es riqueza que da origen a la República Dominicana.

Continuará…

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