Por E. MARGARITA EVE
Vivimos en un mundo hiperconectado donde el ruido digital es constante. Niños y jóvenes crecen rodeados de pantallas, notificaciones y algoritmos que influyen en gran parte de lo que ven, piensan y desean. En medio de tanto estímulo, la capacidad de escuchar —a los demás y a sí mismos— corre el riesgo de perderse, afectando su desarrollo emocional y social.
La tecnología ha transformado nuestras vidas de manera profunda. Sin embargo, sin límites claros, puede convertirse en un arma de doble filo. Lo que debería ser una herramienta para aprender y crear muchas veces reemplaza la convivencia familiar y los vínculos humanos sólidos que los niños necesitan para desarrollarse plenamente.
Cada vez más hogares recurren a la tableta o al celular como “niñeras digitales”. Según la OMS, los niños y adolescentes no deberían pasar más de dos horas al día frente a pantallas recreativas, pero muchos superan ampliamente este tiempo. La consecuencia es la reducción del juego, la conversación y las experiencias que fomentan la imaginación y la empatía.
El uso prolongado y desregulado de dispositivos puede generar dependencia. Estudios internacionales muestran que un porcentaje significativo de jóvenes dedica gran parte de su tiempo a videojuegos o redes sociales, desplazando otras actividades esenciales para su bienestar físico, social y emocional.
Las consecuencias incluyen trastornos del sueño, dificultades escolares, ansiedad, irritabilidad y aislamiento social. Además, limita la capacidad de los niños para interactuar con el mundo real y desarrollar habilidades comunicativas y afectivas, esenciales para su crecimiento integral.
La irrupción de la inteligencia artificial amplifica este desafío. Bien usada, ofrece horizontes de aprendizaje y creatividad casi ilimitados. Pero si se emplea únicamente como atajo para obtener respuestas, priva a los jóvenes de ejercitar la reflexión, el análisis y el pensamiento crítico, competencias clave para su futuro.
El verdadero reto no es prohibir la tecnología, sino enseñar a usarla responsablemente. La pantalla no puede sustituir el diálogo, ni la IA reemplazar la reflexión. Con acompañamiento cercano y límites claros, la tecnología puede convertirse en un aliado del desarrollo integral y no en un obstáculo.
Recomendaciones
En mi libro “30 Consejos Prácticos para la madre de hoy” dedico un capítulo al uso responsable de la tecnología en niños. Allí comparto estrategias prácticas para prevenir la dependencia digital, incluyendo la distribución equilibrada del tiempo frente a pantallas, la combinación con actividades al aire libre y el fortalecimiento de la convivencia familiar.
Promover hábitos saludables es fundamental. Apagar el teléfono durante las comidas, priorizar la conversación y crear espacios libres de pantallas ayuda a que los niños aprendan a equilibrar la vida digital.
Complementar esto con paseos al parque, montar bicicleta, leer juntos y juegos compartidos fortalece la imaginación, la salud física y el vínculo familiar.
No podemos olvidar que cada generación enfrenta desafíos distintos frente a la tecnología. La Generación Z ya creció rodeada de dispositivos digitales, mientras que la actual Alfa se desarrolla desde sus primeros años en entornos completamente conectados. La próxima Beta crecerá aún más inmersa en inteligencia artificial y pantallas.
Esto hace que la educación digital deba adaptarse a cada contexto, enseñando a los niños desde pequeños a usar la tecnología de manera consciente, equilibrada y segura. Escuchar al niño, al adolescente y a nuestra propia conciencia sobre cómo usamos la tecnología enseña a vivir equilibradamente.
emargaritaeve@gmail.com
jpm-am
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