Putin: el vampiro que se le escapó a Occidente

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El autor es politólogo y teólogo. Reside en Nueva York

Corría el ocaso de los años 80. Un agente del KGB, atrapado entre las ruinas del Muro de Berlín, tocó discretamente las puertas de la embajada británica en Alemania Oriental. Era el  joven Vladimir Vladimirovich Putin, entonces un simple espía en retirada, pidió refugio. El Reino Unido, ciego ante la criatura que suplicaba paso, le negó asilo. Rechazaron al hombre… y soltaron al vampiro.

De la penumbra al poder

Volvió a Rusia con la dignidad herida y el alma encendida de rencor. Se deslizó entre alcaldías, clanes y estructuras colapsadas, hasta llegar al Kremlin. Como en las viejas cintas de Christopher Lee o Bela Lugosi, el vampiro regresaba de su tumba, sediento, elegante y decidido; no buscaba huir, sino venganza.

Occidente lo miró, pero no lo vio

El vampiro se disfrazó de reformista, socio confiable, aliado silencioso en la lucha contra el terrorismo. Tony Blair lo invitó, George W. Bush dijo haberle visto el alma. Y Bill Clinton lo idolatro, Europa lo dejó entrar al castillo, sin darse cuenta de que no llevaba crucifijo ni reflejo.

El encantamiento había comenzado.

Hipnotizados por el gas

Mientras dormían con la comodidad del consumo barato, Putin tejía redes invisibles con oleoductos, contratos y chantajes. El Nord Stream era más que un tubo: era un lazo de dependencia. El vampiro no muerde con violencia, sino con seducción. Alemania, Francia, Italia: todos se sintieron seguros… hasta que fue demasiado tarde.

El amo de la noche

Putin inverna cuando el sol brilla —calla cuando conviene, retrocede para atacar con más fuerza— pero en la oscuridad se mueve con precisión. Siria, Crimea, Georgia, África. Cada rincón donde Occidente duda, él entra. No lo hace solo. Llevaba consigo a su cohorte: Wagner, mercenarios sin cruz ni patria, soldados que mueren sin nombre, pero matan con propósito.

Wagner: el séquito maldito

Como los Renfields del mito vampírico, Wagner le servía sin preguntar. Desde Malí hasta Ucrania, fueron brazos armados y puños invisibles. Pero el día que el sirviente oscuro desafío al amo. El avión de Prigozhin, estrellado en circunstancias extrañas, fue más que un accidente: un epitafio escrito en fuego. El vampiro no tolera, desplante ni traición.

Legado de ultratumba

Ucrania no es solo geopolítica: es un ajuste de cuenta milenaria. En su mente, es Rusia quien fue humillada, fragmentada, saqueada. Él no invade: “reclama lo suyo”. Como Drácula el Empalador recuperando tierras antiguas, Putin se ve a sí mismo como el restaurador de un imperio roto, como un heredero que viene a cobrar una deuda ancestral.

Pero a diferencia del mito, Putin sí se refleja. Su imagen está en cada refugiado, en cada edificio bombardeado, en cada periodista asesinado. El mundo ya lo ve por lo que es, pero no sabe cómo destruirlo. La estaca parece imposible de clavar: ni las sanciones, ni la Corte Penal Internacional, ni la diplomacia han logrado enterrarlo.

El hechizo persiste

África, Asia, América Latina: hay líderes que lo imitan, pueblos que lo admiran, gobiernos que lo temen. Su figura es ícono de resistencia al orden liberal, de fuerza sin moral, de poder sin escrúpulo. Como los vampiros, seduce con promesas de inmortalidad, de soberanía absoluta, de gloria sin límites.

La historia nos dice que los vampiros no mueren con facilidad. Cambian de formas, de nombres, de tácticas.

Si Putin cae, ¿morirá la idea que encarna? ¿O solo se convertirá en leyenda, esperando a otro que levante su manto?

Lo dejó escapar, una y otra vez

Desde el rechazo en Berlín, pasando por la falsa confianza post-11 de septiembre, hasta el abandono de las líneas rojas en Siria, Putin siempre encontró las rendijas. Occidente, más que enemigo, fue cómplice ingenuo.

La noche no ha terminado

Y mientras el sol aún no brilla plenamente sobre el Kremlin, el vampiro sigue en pie. Cobra deudas, castiga deslealtades, mantiene hechizados a los suyos y amenaza con el retorno perpetuo de la oscuridad.

Epílogo

Si el mundo quiere librarse del hechizo, deberá hacer lo que los mitos y leyendas enseñan: conocer al monstruo, no subestimarlo, y unirse sin miedo a clavar, al fin, la estaca definitiva. De lo contrario, la noche seguirá, con colmillos ocultos y ojos vigilantes desde Moscú. Aunque pongan ajos en las entradas

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