El apagón nacional ocurrido recientemente, al que se le ha bautizado con el nombre de ¨blackout¨, no es un hecho aislado ni una simple falla técnica o error humano, como se le quiere tildar.
Es, en realidad, el reflejo de un problema mucho más profundo: la debilidad estructural de las instituciones públicas y la falta de planificación y control que caracteriza la presente gestión del Estado dominicano.
En los últimos años la administración pública ha venido evidenciando serias dificultades: obras mal ejecutadas, falta de aulas, hospitales sin equipos ni medicamentos, puentes y acueductos colapsados, deterioro en los servicios de salud, educación y energía.
A ello se suma la improvisación en la designación de funcionarios sin la debida preparación técnica, y la ausencia de un sistema real de monitoreo y evaluación.
El apagón masivo vino a desnudar esas falencias. Puso en evidencia la carencia de protocolos efectivos, procesos documentados, de monitoreo constante y de supervisión técnica en áreas vitales para el funcionamiento de la dinámica nacional.

Lo ocurrido debe de llamarnos a preocupación a todos, y debe servir como una advertencia sobre la necesidad de fortalecer la gestión y garantizar la estabilidad del servicio eléctrico en beneficio de toda la ciudadanía.
El pueblo dominicano no puede seguir siendo víctima de la improvisación y de la incapacidad de un gobierno que prometió estabilidad y eficiencia, pero que ha demostrado todo lo contrario.
Un colapso de esta magnitud no se produce por casualidad, sino por la ausencia de una política seria de mantenimiento, supervisión y fortalecimiento institucional.
Cuando un país carece de instituciones sólidas y de funcionarios competentes, cualquier eventualidad —por más mínima que sea— puede convertirse en una catástrofe.
Discursos
El Estado dominicano sufre hoy de un mal crónico: la debilidad institucional. Se gobierna más con discursos que con gestión, más con propaganda que con resultados. No hay una política pública sostenida en la planificación, la evaluación y la continuidad.
Cada error se repite porque no existe una estructura estatal robusta que aprenda, corrija y prevenga.
El denominado blackout, más que un apagón eléctrico, fue un apagón institucional y emocional. Una metáfora de cómo el país se apaga, no por falta de energía eléctrica, sino por la erosión de la confianza, de la eficiencia y de la capacidad de gobernar con visión.
La República Dominicana necesita, más que luces encendidas, instituciones fuertes, planificadas, modernas y dirigidas por profesionales competentes.
De lo contrario, la oscuridad seguirá siendo el símbolo de un Estado que, lamentablemente, no logra encender su propio desarrollo.
jpm-am
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