La República Dominicana arrastra una debilidad estructural que pasa desapercibida en el debate político cotidiano, pero que es letal para la eficiencia del Estado: la confusión conceptual entre lo que significa mandar y lo que significa hacer.
Si analizamos la arquitectura del Estado bajo la lupa de la Ciencia de la Administración, nos encontramos con que la República no está estructurada. Existe un divorcio entre el paradigma administrativo moderno («una función para cada órgano») y nuestra realidad constitucional.
El ejemplo más flagrante reside en la figura del Presidente. Nuestra Constitución, plagada de lo que los expertos lingüistas y juristas podríamos llamar «yerros estructurales», confunde atribuciones con funciones y, peor aún, con simples rutinas.
El Artículo 128 de la Carta Magna, lejos de ser un compendio de alta gerencia estatal, se convierte en una lista de tareas. Eleva a rango constitucional actividades irrelevantes y burocráticas, mientras deja en la nebulosa los grandes objetivos estratégicos.
¿Es propio de una Constitución detallar trámites menores? No. La Constitución debe otorgar la atribución (la facultad de poder, el «qué»); la Ley debe definir la función (el proceso gerencial, el «cómo»); y el Reglamento debe ocuparse de la rutina (la tarea diaria).
Lamentablemente, la historia de nuestros gobiernos (1844–2025) ha sido la historia de la operatividad desordenada. Tenemos un Ejecutivo que se desgasta en la microgestión porque la norma suprema no distingue entre la Jefatura de Estado (estratégica y solemne) y la Jefatura de Gobierno (administrativa y ejecutiva).
Urge un cambio de paradigma
Necesitamos transitar hacia un Régimen de la Presidencia regulado por una Ley Orgánica específica. No basta con la Ley de Administración Pública (247-12); hace falta una normativa que estructure al despacho presidencial no como una oficina de firmas y decretos, sino como el cerebro estratégico del desarrollo nacional, donde se diseñen políticas públicas basadas en datos y no en la inercia de la costumbre.
Mientras sigamos confundiendo el poder con la tarea, y la estrategia con la rutina, seguiremos teniendo un Estado que trabaja mucho, pero gestiona poco.
jpm-am
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