En medio de la confusión que envuelve a nuestra nación y al mundo entero, traducido en un relativismo moral rampante, la sociedad civil y la Iglesia de Dios no puede permitirse el silencio y el estilo de la permisividad cómplice.
Vemos con asombro y tristeza que el Tribunal Constitucional (TC) declaró inconstitucionales las disposiciones que penalizaban las relaciones entre personas del mismo sexo dentro de la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas.
Mediante la sentencia TC/1225/25, la alta corte anuló el artículo 210 de la Ley 285, que establece el Código de Justicia de la Policía Nacional, y el 260 de la Ley 3483, que regula el Código de Justicia de las Fuerzas Armadas,
Lamentable decisión que lacera nuestra identidad nacional por haber roto con el código moral de nuestra nación, la cual desde su génesis había respetado la disposición divina de la unión marital en exclusiva para un hombre y una mujer.
No sólo los ciudadanos sino nuestros pastores, obispos, sacerdotes, diáconos y laicos comprometidos con la verdad, valientes según el corazón de Cristo, vigilantes en la torre de guardia (cf. Ez 33, 1-9), profetas que no teman denunciar el pecado aunque les cueste la popularidad.
Nuestro Señor Jesús, Buen Pastor, advierte:
«El mercenario, que no es pastor… ve venir al lobo y huye… Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí». (Jn 10, 11-14).
Y en su obra cumbre La Ciudad de Dios, San Agustín deja claro que el obispo no puede encerrarse en la sacristía cuando la ciudad terrenal se hunde en la injusticia. Aunque la autoridad política tiene su propio ámbito, el obispo tiene el deber de iluminar las conciencias, denunciar la injusticia y defender el bien común, siempre con la libertad de los hijos de Dios y sin caer en partidismos mezquinos.
Juan Pablo II, en Christifideles laici (n. 42) y en múltiples documentos, y Benedicto XVI en Deus caritas est (n. 28-29) repiten: la Iglesia no hace política partidista, pero sí hace política en el sentido más noble: promueve la justicia, defiende la vida, la familia y la libertad religiosa, denuncia la corrupción y el totalitarismo de cualquier signo.
En estos tiempos de confusión: no caben cristianos sordos, mudos, ciegos, ni cómplices.
Se habla mucho de «diálogo» y «puentes» , pero se olvida que Cristo no vino a dialogar con el demonio en el desierto, sino a vencerlo con la Palabra de Dios.
Hermanos en la fe: pidamos al Señor que no busquemos aplausos ni temamos críticas. Que nuestra Madre, la Virgen María, interceda por nosotros y que por el poder de la Sangre de Jesús nuestro pueblo dominicano sea fiel a Dios y que pueda ver, escuchar y hablar cuando sea oportuno para defender los valores que Cristo nos enseñó.
Amén.
jpm-am
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