POR YANET GIRON
Cada diciembre, la ciudad se convierte en un laberinto de vehículos, bocinas y personas que salen a comprar, decorar o participar en actividades sociales. Nada de esto es nuevo, pero cada año sentimos que el caos supera el anterior. Sin embargo, reducir el problema a la Navidad sería una excusa cómoda. La verdad es que el tránsito dominicano vive en crisis permanente.
Moverse dentro de Santo Domingo se ha transformado en una prueba de paciencia. Lo que antes tomaba 15 minutos ahora puede extenderse hasta 40 o más. Este desgaste afecta la economía, los horarios de trabajo, la salud emocional y hasta la convivencia entre ciudadanos. Hemos normalizado un problema que impacta la vida de todos.
El crecimiento del parque vehicular explica parte de la situación. En un solo hogar pueden coexistir tres o cuatro automóviles, y es común que los padres compren vehículos adicionales para evitar el caos escolar. Cada familia busca comodidad, pero el resultado colectivo es una ciudad saturada que ya no puede absorber más.
A esa presión se suma la expansión desordenada de motocicletas, que circulan sin ningún control y ocupan espacios donde la movilidad debería fluir. Las calles no están diseñadas para esta carga, y las infraestructuras viales tampoco han recibido las transformaciones que exige la modernidad urbana.
Es cierto que las autoridades realizan operativos, pero estos no pasan de ser medidas temporales. Cuando termina la Navidad, el caos sigue igual. No hay una planificación profunda, ni políticas firmes para regular el estacionamiento irregular, ni estrategias efectivas para descongestionar intersecciones críticas. Sumado a penalidades risibles.
El país necesita asumir que la solución no es improvisar. Se requiere un rediseño urbano que amplíe vías esenciales, cree rutas alternas funcionales y fortalezca un transporte público digno y eficiente. Mientras dependamos casi por obligación del vehículo privado, la congestión será inevitable.
También es urgente promover una educación vial que deje de ser un simple eslogan. El respeto por las normas, la disciplina en las calles y la responsabilidad ciudadana deben convertirse en una cultura, no en una excepción.
La Navidad solo agrava lo que vivimos todo el año. Y si queremos una ciudad que funcione, debemos empezar por reconocer que la movilidad no es un lujo: es una necesidad básica. Sin un tránsito ordenado, ningún proyecto de desarrollo será sostenible.
El país está a tiempo de cambiar, pero el cambio exige decisión, planificación y voluntad real. La pregunta es ¿seguiremos aceptando el caos como costumbre? o finalmente daremos el paso hacia una movilidad moderna, humana y verdaderamente eficiente.
jpm-am
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