Agiotismo y narcisismo político de Trump

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EL AUTOR es comunicador. Reside en Santo Domingo.

En la política, como en la vida, hay personalidades que no gobiernan: se sirven. Donald Trump no solo ha sido un actor disruptivo en la escena estadounidense, sino también un emblema de dos patologías morales que, cuando se instalan en el poder, erosionan la democracia desde dentro: el agiotismo y el narcisismo.

El agiotista político no trafica con dinero, sino con poder. Es aquel que utiliza su posición institucional para maximizar beneficios personales —económicos, simbólicos o electorales— sin importar el costo social.

En el caso de Trump, esto se traduce en decisiones que priorizan su marca, su base y su ego, incluso cuando comprometen la estabilidad institucional o la salud pública. Basta recordar su negativa inicial a reconocer la gravedad del COVID-19, minimizando la pandemia para no afectar los mercados ni su imagen. O su presión a funcionarios estatales para “encontrar votos” tras perder las elecciones de 2020.

El narcisismo político, por su parte, no es solo una cuestión de carácter, sino de estructura de poder. El narcisista no gobierna para todos, sino para el espejo. Necesita aplauso, lealtad incondicional y enemigos constantes. Trump ha cultivado esta lógica con maestría: desde su obsesión con el tamaño de las multitudes en su toma de posesión, hasta su retórica de “yo soy la víctima” frente a cualquier crítica o investigación judicial. Su relación con la verdad es instrumental: no importa si algo es cierto, sino si le sirve para reforzar su narrativa de grandeza y persecución.

Ambas patologías convergen en un estilo de liderazgo que convierte la política en chantaje emocional: “si no estás conmigo, estás contra mí”. El resultado es una democracia rehén de un ego insaciable, donde las instituciones se subordinan al capricho del líder y la ciudadanía se divide entre fieles y traidores.

No se trata de patologizar a un individuo, sino de advertir sobre los efectos corrosivos de estas dinámicas cuando se normalizan en el poder. El agiotismo y el narcisismo no son solo rasgos personales: son estrategias políticas que, si no se confrontan, convierten la democracia en espectáculo y el Estado en botín.

Donald Trump

Trump ha llevado esta lógica al extremo:

En su segundo mandato, Cambió en nombre del “Golfo de México” por el “Golfo de las Américas” Quiere comprar a “Groenlandia”- Apropiarse del “Canal de Panamá” – Quiso que Canadá sea un Estado más de EUA. – Como no fue una creación suya, el programa Obamacare (ACA), ha sido profundamente modificado para debilitar su alcance. Ante preguntas comprometedoras, insulta con insolencias al periodista que pregunta y pide la cancelación de la licencia del medio donde labora.

Funcionarios y colaboradores, fueron despedidos por expresar opiniones contrarias a sus decisiones; declarando abiertamente que prescinde de quienes no muestran lealtad a su persona, más allá de la competencia profesional. Esta situación ha generado un clima de autocensura en agencias federales, donde funcionarios temen expresar opiniones técnicas o éticas que contradigan la narrativa presidencial

En el narcisismo político de Trump: la crítica no se tolera, la disidencia se castiga, y la lealtad personal se convierte en criterio de permanencia; ye que, no es solo una cuestión de carácter, sino de estructura de poder. El narcisista no gobierna para todos, sino para el espejo. Necesita aplauso, lealtad incondicional y enemigos constantes. Trump ha cultivado esta lógica con maestría.

jpm-am

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