El gran espejismo de la república policéntrica

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EL AUTOR es presidente del Frente Cívico y Social. Reside en Santo Domingo.

 El Presidente, en discursos rimbombantes y grandilocuentes, insiste en que el país va bien. Que vivimos en una “República policéntrica”, que avanzamos sin tropiezos, que crecemos como nunca. Y uno escucha eso… mientras escucha también de neveras vacías, salarios que se evaporan, facturas eléctricas que agobian, pasajes que suben sin permiso y medicinas que hoy se compran y mañana ya no.

Y escucha también que las cifras se maquillan, que las estadísticas se retuercen, y que en la vida real lo único que crece es la deuda social, la deuda externa que hipotecará a nuestros hijos, la desesperanza silenciosa, la incertidumbre diaria y ese miedo que ya es parte del calendario: el miedo de no llegar al 30.

Uno escucha todo eso… y no sabe si reír o llorar.

Porque la República que describe el poder no es la República que vive su pueblo.

Arriba hablan de polos de desarrollo; abajo se habla de polos de deuda.

Arriba señalan mapas llenos de colores; abajo se ven barrios llenos de carencias.

Arriba presumen crecimiento; abajo crece el miedo de no llegar a fin de mes.

El espejismo funciona porque se ve bonito desde lejos.

Pero caminarlo duele.

Nos presentan la minería como motor de riqueza, mientras en los pueblos quedan cicatrices: ríos turbios, tierras heridas y comunidades que pagan demasiado caro un beneficio que nunca disfrutan.

Nos venden las zonas francas como vitrinas del progreso, pero seis décadas después siguen cargando con salarios de miseria, renuncias fiscales permanentes y una desigualdad convertida en norma.

Y el turismo —que podría ser orgullo nacional— continúa siendo un modelo donde la prosperidad entra por el aeropuerto, pero nunca se queda en los bolsillos de quienes sostienen la industria.

Esto no es desarrollo.

Esto es despojo envuelto en propaganda.

Pero lo más doloroso no es el relato vacío.

Lo más doloroso es la indiferencia política.

Porque no hacía falta una revolución para aliviar la carga del pueblo.

Bastaba un mínimo de voluntad:

– indexar el ISR, como manda la ley;

– devolver impuestos a quienes menos tienen;

– publicar un índice real de dignidad salarial;

– condicionar privilegios a resultados verificables;

– proteger el ingreso de quienes sostienen este país.

Eso no es ideología.

Eso es justicia básica, ética elemental.

Pero cuando un Estado se gobierna desde el privilegio, deja de ver el sufrimiento.

Cuando se mira al país desde una tarima, se pierde perspectiva.

Y cuando la política se vuelve negocio, el pueblo se convierte en costo operativo.

Hablar de crecimiento sin hablar de dignidad es insolente.

Hablar de prosperidad mientras la mayoría sobrevive es una ofensa moral.

Hablar de una República policéntrica mientras la vida se encarece y el salario se encoge es una burla cruel.

La verdadera maldición de esta tierra no cayó del cielo.

La fabricaron decisiones humanas:

leyes torcidas, pactos ignorados, derechos erosionados, privilegios eternizados.

No fue mala suerte.

Fue mala conducción.

Pero incluso el suelo más golpeado renace cuando su pueblo decide ponerse de pie.

Y ese momento está llegando.

Porque gobernar no es administrar la inercia.

Gobernar es **ver con claridad**, hablar con honestidad, corregir rumbos, asumir responsabilidades y tener la valentía de enfrentar intereses para defender derechos.

Eso hace un estadista.

Eso exige esta hora histórica.

Un estadista no usa la pobreza como adorno en discursos: la combate.

Un estadista no disfraza la desigualdad con cifras maquilladas: la enfrenta.

Un estadista no se refugia en el espejismo del crecimiento: construye prosperidad real.

Y, sobre todo, un estadista nunca le da la espalda a su pueblo.

Por eso, desde el Frente Cívico y Social afirmamos con claridad:

ningún espejismo sobrevive cuando la gente decide abrir los ojos.

Y cada día, más dominicanos los están abriendo.

Cada día, más voces preguntan lo que pronto será un clamor nacional:

“Si el país crece, ¿por qué mi vida no?”

“Si la economía avanza, ¿por qué yo retrocedo?”

“Si somos una República policéntrica, por qué mi barrio sigue condenado al abandono?”

Despertar no es rebeldía.

Es dignidad.

Es recuperar el país que nos pertenece y el futuro que nos han negado.

Y cuando un pueblo despierta, ningún relato oficial, ninguna estadística maquillada y ningún decorado político —por muy policéntrico o repetido— puede sobrevivir.

La República Dominicana no está destinada al espejismo.

Está destinada a la justicia, a la dignidad y a un nuevo pacto social donde el progreso deje de ser un cuento y se convierta, por fin, en vida real para la gente.

La hora del país real ha llegado.

Despierta, RD!

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