El verdadero costo de la vida en RD

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La autora es periodista. Reside en Santo Domingo Norte.

POR YANET GIRON

La economía dominicana atraviesa un momento que la población siente en carne propia. Cada día más la canasta familiar se hace más pesada y menos accesible, mientras el discurso oficial sostiene que todo marcha en estabilidad. Sin embargo, esa estabilidad no aparece en los bolsillos de la gente ni en la mesa de las familias que hacen malabares para completar lo básico.

Los alimentos esenciales siguen subiendo sin que se perciba una verdadera mejoría. El dominicano vive un proceso de desespero silencioso, donde la vulnerabilidad se mezcla con la incertidumbre. Aunque se anuncia iniciativas y ayudas, la realidad demuestra que el apoyo no está llegando con la fuerza ni la constancia que esta situación requiere.

El reciente bono navideño fue celebrado como un alivio, pero para la mayoría no representa una solución real frente a los precios que golpean a diario. Las familias saben que lo que se entrega no compensa lo que se pierde cada vez que van al colmado o al mercado. El costo de la vida ha ido más rápido que cualquier política de asistencia.

Incluso, productos tan cotidianos como el plátano, base del desayuno y la cena en la mayoría de los hogares, reflejan esta inestabilidad. Cuando un alimento tan esencial se dispara, no solo afecta el menú: afecta el ánimo, la planificación familiar y la confianza en el futuro inmediato.

Existe también una conversación social que confunde el debate. Hay quienes critican al que se queja de la economía porque lo ven en una discoteca o en un bar, pero esa comparación es superficial. No todos los que salen gastan con responsabilidad; muchos ni siquiera sostienen un hogar, y eso no puede usarse para invalidar la realidad económica de las familias que sí luchan por sostener la casa y la mesa.

Mientras una parte de la población se entretiene en lo trivial, la mayoría vive priorizando lo esencial. La economía no se mide por quienes exhiben una noche, sino por quienes intentan sobrevivir todos los días. Y esa diferencia refleja el verdadero estado del país.

Cuando la comida está en juego, todo lo demás se tambalea: la educación, la productividad, la estabilidad emocional y la convivencia social. Un país no puede avanzar con una población preocupada por si mañana podrá comprar lo mismo que hoy. Esa ansiedad diaria deteriora el ánimo colectivo y abre grietas donde debería haber seguridad.

La República Dominicana necesita una respuesta más honesta, más directa y más cercana a la realidad de la gente. La economía no se mejora con discursos optimistas, sino con acciones que garanticen acceso digno a los alimentos, estabilidad en los precios y una política clara que priorice a la familia dominicana por encima de cualquier narrativa.

jpm-am

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