Por E. MARGARITA EVE
La elaboración de maquetas nació como una herramienta para estimular la creatividad y el pensamiento crítico. Sin embargo, cuando el proyecto se traslada al hogar, pierde su propósito esencial. El niño queda relegado y el proceso deja de ser formativo. La maqueta se convierte entonces en una pieza más estética que educativa.
En muchos hogares, la intervención adulta supera el acompañamiento razonable. Padres o terceros terminan ejecutando gran parte del trabajo. El resultado puede ser impecable, pero no refleja la capacidad del estudiante. Así surge una brecha injusta entre el objetivo pedagógico y el producto final.
Quienes sí elaboran sus maquetas enfrentan una competencia desigual. Sus trabajos compiten con proyectos realizados por manos profesionales. Esa comparación resulta desmotivadora y poco justa. El esfuerzo auténtico queda minimizado y el mérito infantil se diluye.
Esta distorsión afecta también la formación ética. Los niños observan cómo se premian proyectos que no les pertenecen realmente. La apariencia termina imponiéndose sobre el aprendizaje. Y ese mensaje altera su comprensión del esfuerzo y de la responsabilidad.
Algunos describen la situación con sorprendente naturalidad: “Si quieres, le pregunto a mis padres y te paso el número de quien la hizo; van a mi casa y la hacen mientras yo juego”. El otro niño aprende entonces que, para “ganar”, basta con hacer trampa. Ese aprendizaje temprano profundiza una crisis de valores que ya permea nuestra sociedad.
Que un niño de nueve años normalice estas desigualdades es alarmante. A esa edad, su sentido de justicia está en plena construcción. Cada experiencia modela su visión del mérito y la honestidad. Y esas percepciones pueden acompañarlo durante toda su vida adulta.
Por ello, las escuelas deben asumir una postura más firme y coherente. La elaboración de maquetas debe realizarse dentro del aula para garantizar igualdad. Allí los niños cuentan con los mismos recursos y supervisión. Y el docente puede asegurar que el proyecto refleje su verdadero trabajo.
Asignar tiempo en horario escolar permite que cada niño avance a su ritmo. El maestro orienta sin sustituir la participación infantil. Ese equilibrio fortalece la autonomía y el compromiso. Y asegura un aprendizaje auténtico y significativo.
La asesoría estética, si es tan importante, puede tener un lugar válido siempre que respete la autoría infantil. Orientar sobre colores, proporciones o materiales no implica reemplazar el esfuerzo del estudiante. Esa guía complementa sin distorsionar el proceso creativo. Lo esencial es que el niño siga siendo protagonista de su propio trabajo.
Construir con sus manos desarrolla habilidades irreemplazables. El niño aprende a planificar, resolver imprevistos y perseverar. Comete errores y descubre soluciones. Y comprende que el logro verdadero nace del esfuerzo personal.
Garantizar que las maquetas se elaboren en la escuela es una defensa de la equidad educativa. Previene injusticias y refuerza valores esenciales. Devuelve a la actividad su propósito formativo. Y enseña que, cuando un niño crea con sus manos, construye también carácter, ética y ciudadanía.
emargaritaeve@gmail.com
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