RAFAEL RAMIREZ MEDINA
Los recientes escándalos de corrupción, como el caso que involucra a SENASA y otros episodios que han salido a la luz pública, han vuelto a poner sobre la mesa una pregunta incómoda pero necesaria, ¿dónde están las voces firmes de los altos dirigentes del PRM y del PRD repudiando de manera clara y contundente estos actos cometidos por funcionarios del partido de turno?
La corrupción no solo se expresa en el desfalco, el abuso de poder o el uso indebido de los recursos públicos. También se manifiesta en el silencio cómplice, en la tibieza calculada y en la incapacidad o falta de voluntad de asumir una postura ética cuando los hechos lo demandan. En ese sentido, resulta preocupante que, ante casos tan sensibles, no se haya visto una reacción genuina y colectiva de la dirigencia política que hoy gobierna o que ha gobernado el país.
El discurso de campaña del PRM se sostuvo, en gran medida, sobre la promesa de un cambio, de una nueva forma de hacer política, basada en la transparencia, la institucionalidad y la rendición de cuentas. Sin embargo, cuando surgen denuncias que comprometen a funcionarios vinculados a su propia estructura, ese discurso parece diluirse en comunicados ambiguos o, peor aún, en un silencio absoluto.
Hasta el momento, el único dirigente que ha asumido una postura pública clara y responsable repudiando estos actos ha sido Guido Gómez Mazara. Su actitud demuestra que sí es posible actuar con coherencia, incluso cuando la crítica toca las filas propias. Repudiar la corrupción no debería interpretarse como una traición partidaria, sino como un acto de compromiso con la democracia y con la ciudadanía.
Mensaje peligroso
La ausencia de pronunciamientos firmes por parte de otros altos dirigentes del PRM y del PRD envía un mensaje peligroso, que la lucha contra la corrupción es selectiva, condicionada por conveniencias políticas y no por principios. Y cuando eso ocurre, se erosiona la confianza ciudadana y se debilita la credibilidad de las instituciones.
El país no necesita líderes que solo levanten la voz cuando están en la oposición, sino dirigentes capaces de sostener los mismos valores cuando ejercen el poder. La coherencia ética es la verdadera prueba del liderazgo político.
Si de verdad se quiere marcar una diferencia con el pasado, no basta con dejar que la justicia actúe en silencio. Es necesario que los líderes políticos den la cara, condenen sin ambigüedades y asuman que la corrupción, venga de donde venga, debe ser rechazada con la misma firmeza.
Porque al final, el silencio también corrompe.
jpm-am
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