Lo que ocurrió en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) no fue un discurso de protocolo, fue un gancho al hígado a las políticas imperiales de quien se cree guardián, dueño y salvador del mundo, pero Gustavo Petro no cogió esa, ni mucho menos se limitó a repetir frases protocolares que impone el manual. “Es que los gobiernos de Estados Unidos y de Europa Occidental creen que hay una raza superior… y por eso le dije a Trump: no entra en el espacio aéreo ni un solo avión con colombianos encadenados”.
Mi amigui Uribe lo sabía… parecería susurrar Trump, y nunca me lo dijo… que “Petro es el más peligroso de la región, porque es el más inteligente… el líder más inteligente del neocomunismo… porque el Dr. Petro es mucho más inteligente que Chávez, más inteligente que Castillo, que el presidente Fernández de Argentina, el Dr. Petro es mucho más inteligente que Ortega, el de Nicaragua”.
Aunque el bofetón fue retórico, el empujón fue tan fuerte que hizo tambalear al catire Mr. Donald Trump, que aun cuando se sabe ser el hombre más poderoso de la tierra, ante el fuego cerrado que salía de la verborrea de Petro, no tuvo más remedio que reconocer y exclamar hacia sus adentros: “Man… that guy hits hard” (Vaya… ese tipo pega fuerte) … “y por eso le dije a Trump: no entra en el espacio aéreo ni un solo avión con colombianos encadenados”.
Pero rompió la solemnidad que suele imponerse en la ONU, y allí donde se espera y actúa a sus anchas la diplomacia de terciopelo, al juzgar una acción de Trump en el Caribe, el mandatario colombiano soltó sin ambages la palabra más cortante: “¡Mentira!”.
Con esa sola exclamación desmanteló la coartada estadounidense de lanzar misiles en el Caribe y de avalar el genocidio en Gaza. Así como Chávez olió azufre en 2006 y se santiguó, Petro olió pólvora en 2025, y la devolvió con una ráfaga verbal que estremeció al mundo entero y levantó al unísono de sus asientos a la selecta concurrencia que llenaba el recinto.
La retaliación de Trump
La escena, de no ser tan seria, habría sido de comedia negra. Trump, el sheriff autoproclamado del planeta, salió de la ONU con la quijada inflamada y respondió no en el ring, sino desde el confort de Mar-a-Lago, o tal vez desde la oficina oval: suspendió la visa de Petro y ajustó sanciones como quien lanza manotazos de ahogado.
No fue la reacción de un líder fuerte, como lo es, sino la del boxeador que, incapaz de encajar un golpe limpio, recurre a patear al contendor por debajo del cinturón.
La ironía es que Petro llegó con cifras que dejaban a su gobierno como el más efectivo en la lucha contra el narcotráfico y la sustitución de las siembras: más incautaciones, más extradiciones, menos expansión de cultivos ilícitos. Y, aun así, lo “desertificaron”.
A Duque, con todo y sus vínculos turbios, lo trataron como aliado respetable. A Petro, que se atrevió a nombrar la verdad frente al mundo, lo castigan como hereje y le entregaron el diploma que le acredita como “desertificado”.
El eco de Palestina y el Caribe expectante
El discurso de Petro no cayó en el vacío. Mientras en las calles del mundo millones claman por Gaza, en el Caribe se respira un aire de expectación. La región se sabe en la mira de la potencia del Norte, con jóvenes pobres convertidos en objetivos de misiles y con una política antidrogas que más parece excusa de dominación.
En esa coyuntura, la denuncia de Petro resuena como campanada que articula la indignación global con el miedo caribeño a convertirse en laboratorio de nuevos escenarios de guerras.
La dirigencia chavista observa con ojo visor este tablero. Sabe que cualquier error de cálculo de Trump puede arrastrar a Venezuela a un conflicto diseñado desde afuera, justo cuando la derecha local, huérfana de votos y de credibilidad, grita intervención militar como último salvavidas.
La pregunta que queda flotando es cómo saldrá Trump de estas aguas templadas sin disparar contra Caracas, porque si algo reveló Petro desde la ONU es que el imperio ya no reparte solo miedo: ahora también recibe golpes.
jpm-am
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