POR RAFAEL RAMIREZ MEDINA
Durante décadas, la clase política dominicana ha demostrado, con contadas excepciones, su incapacidad para gobernar con visión, transparencia y un verdadero compromiso con el bien común. Las promesas de desarrollo y justicia social han quedado atrapadas en redes de corrupción, clientelismo, populismo e improvisación.
El resultado es un país con enormes potencialidades, pero estancado por la mediocridad de su dirigencia política.
Ante este panorama, se impone una reflexión profunda, ¿debemos seguir confiando ciegamente en los partidos tradicionales y en los mismos políticos de siempre? Para un número creciente de dominicanos, la respuesta es un rotundo no.
Una de las causas fundamentales del deterioro de la vida política en nuestro país es la forma en que se financian muchas de las candidaturas dentro de los partidos tradicionales. Con frecuencia, estas campañas se sostienen con grandes sumas de dinero aportadas por personas o grupos cuyos intereses están lejos de representar el bien común.
En lugar de fortalecer la democracia, este tipo de prácticas genera una peligrosa dependencia económica que compromete la ética del ejercicio público.
Las candidaturas no se ganan por mérito, capacidad o propuestas, sino por la cantidad de recursos económicos invertidos. Y cuando se accede al poder bajo compromisos financieros con actores privados o sectores cuestionables, inevitablemente surge la necesidad de “recuperar la inversión”.
¿Y de dónde se recupera ese dinero? Generalmente, de los recursos del Estado, lo que deriva en el uso indebido de fondos públicos.
Este modelo político basado en el gasto excesivo y en favores por cobrar ha deteriorado la confianza ciudadana, ha limitado las oportunidades para nuevos liderazgos éticos y ha contribuido a perpetuar un círculo vicioso de impunidad y retroceso social.
Nuevos modelos
Es hora de proponer nuevos modelos de liderazgo, como un bloque nacional integrado por empresarios y profesionales del sector privado, ciudadanos reconocidos no solo por su capacidad técnica, sino también por su integridad moral y su compromiso con el país.
Esta iniciativa no debe nacer como un simple partido más, sino como una plataforma ciudadana robusta, capaz de articular un plan de gobierno sólido, moderno y realista, con metas claras y alcanzables en áreas fundamentales como la educación, la salud, la seguridad, la economía, el medio ambiente y la justicia. Una justicia independiente, capaz de combatir la impunidad y garantizar el respeto al Estado de derecho.
¿Cómo hacerlo posible de cara al 2028?
La construcción de un nuevo liderazgo requiere pasos concretos y organizados. El primero de ellos podría ser la conformación de una coalición inicial integrada por empresarios y profesionales con credibilidad social, liderazgo reconocido y trayectoria ética.
Este es solo un ejemplo de cómo podría comenzar el proceso; lo esencial es reconocer que el sistema político tradicional ha fracasado en su misión de ofrecer al país un gobierno transparente, eficiente y orientado al bien común.
La República Dominicana no puede seguir atrapada entre el continuismo de una clase política que busca perpetuarse en el poder y la ausencia de alternativas reales para la ciudadanía. El año 2028 representa una ventana de oportunidad histórica para romper ese ciclo.
El futuro de nuestra nación exige líderes que no estén comprometidos con el reparto político, sino con el desarrollo nacional, la dignidad del pueblo dominicano y la consolidación de un Estado moderno, justo y eficiente.
Empresarios y profesionales con visión de Estado y conciencia ciudadana pueden y deben convertirse en la alternativa que el país necesita.
La verdadera pregunta no es si es posible. La verdadera pregunta es: ¿Estamos dispuestos a dar el paso histórico de construir un país diferente?
jpm-am
Compártelo en tus redes: