En estos días, el Presidente Abinader y el ex presidente Leonel Fernández, que debieron reunirse hace tiempo para presidir y auspiciar el Pacto de Nación para enfrentar “el único verdadero gran problema” que encaramos como nación, la crisis internacional de la desintegración de Haití y sus consecuencias sobre República Dominicana, y que penosamente no lo hicieron, están ahora invitándose recíprocamente a una alegre competencia de quién construyó más.
Yo me atrevo a invitarlos a ambos, con la cordialidad de los amigos, en nombre de una mayoría de dominicanos y dominicanas conscientes y preocupados sobre el destino de la Nación Dominicana, a que nos reunamos para discutir acerca de otros asuntos que son mucho más importantes que los planteados; y especialmente, para convenir y ejecutar consecuentemente lo acordado, si es que felizmente tienen el acierto y el desprendimiento de concertar en el mejor interés de la República. Y lo digo porque el pueblo dominicano está cansado de pactos grandilocuentes o de metas altas que no se cumplen.
A mí me gustaría convocar a ambos líderes mayores, que han recibido la confianza y el mandato de representación del pueblo dominicano, a que hablemos con sinceridad y profundidad de la crisis de Haití -prolongada y agudizada con deliberación criminal, dentro de un plan de alta inteligencia y perversidad enorme- y sus nefastas consecuencias sobre RD.
Por igual, me gustaría que abordáramos la urgencia de crear una Nueva Ruralidad como medio de evitar el colapso de la producción agropecuaria y del campo en general, con sus efectos destructivos sobre la Nación Dominicana, incluyendo, una agenda de mecanización, tecnificación y automatización, pactada más no ejecutada. Ambos deberían saber que lo que está sucediendo puede equipararse en el Siglo XXI a las devastaciones de Osorio del Siglo XVIl. Los caminos rurales productivos, su reconstrucción y mantenimiento -cerca de 18 mil kms.- son mucho más importantes, en términos estratégicos, que todos los Metros, Pasos a Desnivel, Túneles, Teleféricos y Monorrieles que puedan construirse en Santo Domingo y Santiago.
No menos trascendente resulta tratar la agenda estratégica acerca de los espacios y recursos marítimos para nuestro desarrollo y seguridad, que pese a estar formulada en un mandato constitucional, se encuentra totalmente ausente de la visión del liderazgo nacional, y quizás por eso tenemos las peores calificaciones en los últimos informes de Organización Marítima Internacional (OMI).
En otro orden, ¿por qué se sigue rehuyendo impulsar un modelo de Capitalismo Popular, de amplia base, a partir de la aplicación del art. 219 de la Constitución de la República, para dejar atrás la visión atrasada de RD como Finca con Pasaporte de unos pocos dueños, un paso importante para desmontar los inveterados esquemas de alta concentración, que antes de crear riquezas son medularmente extractivos de rentas, cuestión crucial de la cual se derivan la mayoría de los problemas estructurales de la economía y la política dominicanas? ¿Se puede mantener, por ejemplo, el esquema maleado en origen del sistema eléctrico, que drena cada año grandes recursos públicos?.
Además, nos gustaría que habláramos de una verdadera política de gestión integral de las cuencas hidrográficas con el concepto de Cultivando Agua Buena (CAB), y de porqué no se termina de aprobar y aplicar una Ley General de Aguas, cuyo proyecto se envió al congreso en 1994, para que exista una gestión sostenible de los recursos hídricos.
¿Por qué seguir sin definir un Pacto Nacional acerca de minería metálica y no metálica, incluyendo, las tierras raras, así como también, una agenda de seguridad y soberanía energética que abarque desde la exploración de hidrocarburos en tierra y mar hasta proyectos nucleares con diversas aplicaciones, incluida, la seductora IA.?
Pero yo les pregunto a ambos: ¿podemos seguir haciendo política electoral sin hacer un ejercicio crítico, sincero y doloroso, del Estado mastodóntico, inoperante y oneroso que prevalece, marcado profundamente por el modelo clientelista y populista que reparte como favores lo que tiene que garantizar como derechos y libertades, a la vez que degrada el concepto ciudadano, y menoscaba el sentido del deber y la responsabilidad? ¿Es que ustedes creen que puede posponerse indefinidamente la reforma fiscal integral, para reducir racionalmente impuestos, repartir la carga real mejor, eficientizar realmente el gasto público, potenciar las capacidades productivas y exportadoras, gestionar los activos estratégicos de la nación, y sobre todo, eliminar los factores que propician sistemas, estructuras y cultura de corrupción, que nunca se superarán solo con experiencias de juicio y castigo?
¿Qué vamos a hacer con nuestra demografía menguante, con las estructuras familiares amenazadas por modelos de la cultura progre-woke, con la pérdida de capital humano que se ve impulsado a emigrar por falta de oportunidades para su progreso en su propio país, con la singular identidad dominicana de raíces cristianas y humanistas, de “esta vanguardia de la raza cósmica”, asediada y amenazada de múltiples formas? ¿Qué haremos con la expansión del crimen organizado transnacional y sus penetraciones y capturas de espacios sensibles de la realidad nacional?
Todos sabemos -o deberíamos saber- que construir obras de infraestructura siempre será más fácil que construir instituciones dentro de un proyecto nacional de base republicana e integrador de todos los dominicanos. El modelo del Nueva York Chiquito fue en su momento un buen mito inspirador y movilizador, pero sólo eso. Hoy es insostenible en este mundo en proceso de desglobalización, de guerra mundial híbrida, con un continente y una región gran Caribe en proceso de disrupción y subversión, con una isla desestabilizada.
Todos los gobiernos y quienes lo presiden tienen sus luces y sus sombras, sus aciertos y errores, pero les digo que aquí y ahora lo más importante es hacernos cargo de que la existencia de República Dominicana, su pueblo y sus derechos inalienables como nación y estado, están en grave peligro, y que lo que más se precisa es una gran unidad nacional, más allá de los partidos y las posiciones ideológicas, de los intereses corporativos o de ocasión, cimentada en un recio y renacido sentimiento patriótico.
sp-am
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