Cuando un ser humano crea dependencia de otro, empieza poco a poco con cuestiones que pudieran serle difíciles y avanza hasta las cosas más básicas, entonces el cerebro asume que su dueño no necesita realizar esas actividades y borra la facultad de valerse por sí mismo.
Así, como de forma gradual, el individuo deja de hacer cosas, de mismo modo esa materia que lleva dentro de la cabeza le quita potestad para ejecutarlas y llega un momento en el que aunque quisiera reanudarlas no puede. Ya es tarde.
Depender de otros a grado tal de casi adherirse a su cuerpo como si fuese parte de un todo, de un lo mismo, destruye, anula facultades como el raciocinio y carga a los que deben auxiliar.
Entonces la dependencia no solo perjudica al dependiente, constituye una retranca para el salvavidas que termina agobiado, que también pierde su individualidad, su independencia y cae en ese círculo enfermizo y enfermante.
Es menester romper e

sas ataduras y mirar fijo al presente, caminar hacia su rumbo y apegarse a las destrezas que nos permiten mantenernos a flote, subsistir en este mundo feroz y de fieras.
El avance debe ser sostenido hacia un fortalecimiento del ser, de afianzar la autonomía, el amor propio y de vez en cuando engañar al cerebro y a todo el sistema nervioso y decirle sí a las ganas de valerse por sí mismo.
Hora de mostrarle al cuerpo y a la mente que es posible seguir solos hasta donde sea posible, que requerir ayuda no es malo, que lo negativo es echarse para que el otro lo lleve a cuestas.
jpm-am
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