
Dopaje, culpa y vacío psíquico. Estos son los dilemas que enfrenta Amaia, una nadadora sincronizada de un centro de alto rendimiento en los Pirineos, protagonista de la serie Olimpo (Netflix, 2025). Detrás del drama, se esconde un análisis profundo sobre las exigencias emocionales del alto rendimiento — y que merece nuestra atención.
Veo el dopaje, en la trama, menos como una herramienta deportiva y más como una vía de escape subjetiva. Amaia recurre a las sustancias no para ganar, sino para silenciar sus angustias e inseguridades. Al entrar en el esquema, intenta llenar el vacío entre quien realmente es y quien cree que debería ser — una búsqueda del ego herido por reconstruirse a través de la química, en un proceso de despersonalización emocional que busca cumplir las expectativas de su madre, una exatleta del mismo deporte.
La escena final, su caída inconsciente en la piscina, funciona como símbolo y advertencia: cuando no logramos expresar el sufrimiento con palabras, el cuerpo grita. La piscina, antes símbolo de superación, se convierte en escenario de un ahogamiento simbólico. Es la metáfora perfecta del colapso de quien sacrifica el ser por el parecer.
La serie denuncia un sistema que glamuriza el rendimiento y descuida la subjetividad. Es el retrato de entornos donde no se escucha lo que sienten los jóvenes, solo lo que producen. Detrás del brillo de la competencia, se revela el costo emocional de la búsqueda constante de validación externa — una realidad que va más allá del deporte y se extiende a las escuelas, universidades y empresas.
Ante este panorama, se vuelve urgente invertir en apoyo emocional en contextos de alta presión. Hay que valorar ambientes sostenibles y reconocer que nadie es excelente todo el tiempo, y que el error, el descanso y la escucha son parte fundamental del proceso formativo. Los psicólogos no deben verse como un lujo, sino como algo esencial. La salud mental debe estar en el centro de las políticas educativas y laborales. Sin eso, seguiremos formando campeones que se derrumban por dentro, como lo han mostrado atletas reales como Michael Phelps y Simone Biles.
Amaia no fracasa al caer. Con su cuerpo, revela el precio de la omisión afectiva en sistemas de alto rendimiento. El Olimpo, morada de entidades sobrehumanas, termina siendo un lugar donde estos atletas se hunden en el delirio narcisista de un ego alienado, dopado y desconectado de sí mismo. Pienso que, más allá de enseñar a competir, ¿cómo estamos enseñando a nuestros jóvenes a perder y levantarse en el camino?
Fuente: Ueliton Pereira (psicólogo y Director Técnico de Holiste Psiquiatría)