Por Rainier Mallol
Vas al banco convencido de que esta vez sí te aprueban el préstamo. Trabajo fijo, pocos compromisos, todos los papeles en orden. La oficial te sonríe, te pide “solo un momento” para revisar en el sistema… y vuelve con la frase que ya conoces: “Lamentablemente, en este momento no califica”.
No fue ella quien decidió. Ni una mesa llena de ejecutivos. Fue un modelo de inteligencia artificial (IA) que, en segundos, calculó la probabilidad de que pagues o no. Lo mismo pasa cuando aplicas a un bono, a un seguro o a una tarjeta: cada vez más, quien opina sobre tu bolsillo es un algoritmo.
Eso no es necesariamente malo. Bien diseñada, la IA puede hacer el crédito más rápido, más justo y menos político. Puede detectar fraude antes de que te roben, ajustar pólizas a tu realidad y ofrecerte productos que de verdad necesitas, no solo lo que conviene al que vende.
En tu día a día ya convives con esa “inteligencia artificial del dinero”. El filtro que escoge que noticias y ofertas ves primero en tu celular, el chatbot que atiende tu reclamo, la plataforma que define si la campaña de tu pequeño negocio llega a mil personas o a diez mil. Si el algoritmo te ve, existes más; si no, casi desapareces.
Como emprendedor, lo sé: la IA permite automatizar atención al cliente y tomar decisiones con datos que antes solo tenían las grandes corporaciones. Pero también sé, que un sistema mal calibrado reforzar desigualdades sin que nadie se dé cuenta.
Por eso la conversación que necesitamos no es “IA sí o IA no”, sino cómo queremos que funcione. ¿Con qué datos se entrenan estos modelos? ¿Aplican a nuestras realidades dominicanas?
La tecnología puede venir de fuera; las reglas de juego, no. Si entendemos cómo opera esta capa invisible sobre nuestro dinero, podremos diseñar mejores sistemas y usar la IA a favor de algo muy simple y dominicano: que las oportunidades lleguen a más personas, no a menos.
jpm-am
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