“Y Acab hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él”- (1era Reyes 16:30).
La cita bíblica que enuncia el presente artículo no es casual. Rafael Leónidas Trujillo Molina, dictador dominicano que gobernó el país con mano de hierro por más de treinta años (1930-1961), encarna en la historia latinoamericana la figura del caudillo que, como Acab, gobernó desde la corrupción y el miedo. Su sombra se proyecta aún sobre la literatura y la memoria colectiva.
Dos novelas: La fiesta del rey Acab (1959) de Enrique Lafourcade y La fiesta del chivo (2000) de Mario Vargas Llosa, se entrecruzan para bailar con ese fantasma, cada una desde un tiempo distinto: la primera, escrita bajo la amenaza viva del tirano; la segunda, desde la distancia crítica de la posteridad. Este artículo busca explorar como estas dos “fiestas” dialogan y se complementan en la denuncia literaria contra la crueldad y el despotismo.
La mayoría de los trabajos literarios e históricos sobre Trujillo se han escrito después de su muerte. Quienes abjuraron del régimen y osaron denunciarlo mientras él estaba vivo, no lograron sobrevivir para contarlo. Jesús de Galíndez (La Era de Trujillo: un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana, 1956), Andrés Requena (Cementerio sin cruces, 1949) y José Almoina (Una satrapía en el Caribe, 1949; Tiranos y Dictadores, 1961), no escaparon de sus garras. Son estos tres ejemplos del terror que desató el “Jefe“, quien se hacía llamar ¡Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva!.
En este contexto de amenaza, un autor chileno, Enrique Lafourcade, escribió la valiente novela La fiesta del rey Acab (1959), convirtiéndose en la primera obra internacional en satirizar y denunciar al monarca caribeño en vida. Lafourcade acaparó titulares internacionales al coincidir su publicación con la crucial Conferencia Iberoamericana de Cancilleres celebrada en Santiago de Chile ese mismo año. El título remite al rey bíblico Acab, símbolo de corrupción y castigo divino, reforzando la alegoría del poder degradado.

Cuatro décadas después, el premio Nobel Mario Vargas Llosa retoma la figura del dictador en La fiesta del Chivo (2000), una novela histórica cuyo personaje central es Trujillo y que se ha erigido como una de las obras cumbres de la ficción sobre las dictaduras. El apodo “Chivo” carga con la animalidad lujuriosa y la degradación del dictador, reforzando la visión de un poder deshumanizado y brutal.
Es pertinente resaltar que el paralelo entre La fiesta del rey Acab y La fiesta del Chivo ha sido objeto de algunos estudios académicos, aunque no constituye un campo saturado. En la Universidad de Playa Ancha (Chile) se registra un trabajo titulado “Análisis e interpretación de la novela del dictador latinoamericano en La fiesta del rey Acab de Enrique Lafourcade y La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa”. Asimismo, Terese Andersson Ramírez (Uppsala University, Suecia) ha comparado ambas obras desde la perspectiva del personaje femenino en la novela del dictador.
Estos antecedentes confirman la pertinencia del diálogo entre las dos novelas, pero también muestran que el campo está abierto a nuevas lecturas. En el presente artículo me he propuesto resaltar las diferencias entre escritura bajo coerción y memoria retrospectiva, así como destacar el simbolismo de los títulos y el contexto histórico de su publicación.
El contraste entre Acab y El Chivo ofrecen una ventana única para analizar la evolución de la literatura de denuncia en América Latina: Lafourcade (1959): Alegoría y sátira escritas bajo la sombra del tirano, con riesgo político inmediato. Vargas Llosa (2000): Reconstrucción histórica y psicológica desde la libertad de la posteridad.
Ambas “fiestas”, separadas por cuatro décadas, muestran cómo la ficción se convierte en un espacio privilegiado para enfrentar la memoria del despotismo; de la sátira arriesgada en vida del tirano a la reconstrucción histórica que busca comprender las raíces del autoritarismo. Las dos fiestas que bailó Trujillo no son simples relatos, son espejos de la relación entre poder y palabra. Lafourcade arriesgó con la sátira en tiempo real, enfrentando al dictador cuando aun respiraba; Vargas Llosa reconstruyó la memoria y la psicología del tirano desde la libertad de la distancia.
Juntas, muestran que la literatura no solamente denuncia, sino que también preserva la memoria del horror y ofrece claves para comprender la persistencia del autoritarismo en nuestra historia. Al final ambas obras confirman que la ficción es un espacio donde el poder puede ser desnudado y donde el olvido nunca tiene la última palabra.
jpm-am
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