Mis pasos por la administración pública

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El autor es economista, Reside en Santo Domingo

POR RAFAEL RAMIREZ MEDINA

Tras 30 años de trayectoria en el sector privado, asumí­ con entusiasmo el reto de trabajar en la administración pública, con la firme intención de aportar mi experiencia en eficiencia y gestión financiera.

Sin embargo, mi paso de tres años por el sector público me deja una lección clara: la estructura gubernamental está diseñada para la inercia y la burocracia se convierte en un obstáculo casi infranqueable para la mejora y la continuidad institucional.

Mi experiencia en estos tres años en el sector público me permitió ver de primera mano los enormes retos que enfrenta la administración estatal, desafíos que, lejos de ser exclusivos de un gobierno en particular, son problemas estructurales que han persistido por décadas.

Mi intención con este arti­culo no es atacar a una gestión especi­fica, sino llamar la atención sobre la necesidad urgente de una reforma profunda que garantice la eficiencia y continuidad de las políticas públicas.

Desde el primer día, me encontré con una cultura organizativa marcada por la inestabilidad. En el sector privado, los proyectos se planifican con metas claras, equipos estables y un enfoque en resultados. En cambio, en el gobierno, la rotación constante de funcionarios y empleados impide cualquier esfuerzo sostenido de cambio.

Si el ministro es sustituido, los directores y gerentes también suelen ser reemplazados, provocando que los proyectos en curso queden inconclusos o sean replanteados sin evaluar su viabilidad real.

Aunque la estabilidad laboral es un derecho que debería garantizar eficiencia y conocimiento acumulado en la administración pública, en la práctica, muchos de estos empleados no contribuyen al desarrollo de la institución porque están amparados por la ley y me refiero a los empleados de carrera a pesar que existen algunos muy buenos pero la mayoría no contribuyen al desempeño eficiente de la institución.

No se trata de una generalización, pero es innegable que el sistema de servicio civil, aunque busca proteger derechos laborales, termina dificultando la gestión efectiva al no establecer mecanismos de evaluación del desempeño que realmente incentiven la productividad. Como resultado, las instituciones se convierten en estructuras donde la eficiencia es la excepción y no la norma.

Otro de los mayores desafíos que se enfrenta es intentar implementar mejoras en la eficiencia operativa de la institución en la que trabaja. La burocracia, lejos de ser un mecanismo de control y orden, se convierte en un freno que impide la toma de decisiones agiles.

Lentitud

Cada proceso está supeditado a una serie de aprobaciones, revisiones y pasos innecesarios que dilatan cualquier iniciativa de cambio. La sensación de frustración se intensifica cuando se comprende que el sistema no está diseñado para la eficiencia, sino para perpetuar su propia rigidez.

Además, falta de continuidad en las políticas públicas es otro factor que mina cualquier intento de reforma estructural. Cada nueva administración quiere dejar su huella, sin importar si la estrategia anterior era funcional o estaba en proceso de mejora. En el sector privado, la eficiencia dicta que los cambios se realizan sobre la base de lo que ya existe y funciona. En el sector público, el borrón y cuenta nueva es la norma.

Es importante aclarar que estos problemas no son exclusivos de una administración en particular. Son fallas sistémicas que afectan a todos los gobiernos y que impiden que el Estado funcione con la eficiencia que el país necesita. Si una empresa privada operara con la misma falta de planificación y continuidad que muchas instituciones estatales, difícilmente sobreviviría en un mercado competitivo.

Barreras

A pesar de estas dificultades, mi paso por el Estado me permitió comprender mejor las barreras que enfrenta la administración pública y reforzar mi convicción de que la modernización del aparato gubernamental no es una opción, sino una necesidad urgente. Se requiere voluntad política, estabilidad institucional y un marco normativo que premie el mérito y la eficiencia, en lugar de proteger la inercia y el clientelismo.

Hoy, de regreso al sector privado y desde mi rol como analista y consultor financiero sigo convencido de que hay espacio para la mejora. Pero esa mejora no vendrá solo de quienes intenten cambiar el sistema desde dentro, sino de una ciudadanía más exigente y de un liderazgo político comprometido con la transformación real del Estado.

Considero que debemos tomar conciencia de esta realidad y trabajar en una reforma integral que garantice que las instituciones públicas puedan operar con eficiencia, independientemente de los cambios políticos. La burocracia debe reducirse, los empleados de carrera deben ser evaluados en función de su desempeño, y los proyectos estratégicos deben tener continuidad sin importar quien esté en el poder.

Nuestro país necesita un Estado moderno, eficiente y con continuidad en sus políticas públicas. De lo contrario, seguiremos atrapados en un ciclo de ineficiencia donde cada nuevo gobierno comienza de cero, desperdiciando recursos y oportunidades de desarrollo. La solución no es simplemente cambiar personas, sino transformar el sistema.

Mi paso por el sector público fue una experiencia enriquecedora, pero también decepcionante. Llegue con la intención de aportar mis conocimientos y mi experiencia en el sector privado para eficientizar la institución en la que trabaje, casi lo logro. Sin embargo, las barreras estructurales me impidieron completar mi labor, pero aun así de tener que hacerlo de nuevo lo volvería hacer por el bien de mi país.

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