No incomodabas… hasta que empezaste a sobresalir.

Por: Karolina Martinez.-

Hace unos días estuve reunida con colegas, mujeres con logros importantes en este país, cada una destacando en su área. La reunión se tornó incómoda cuando, de manera verbal, una de ellas expresó hacia la otra palabras despectivas y fuertes. Palabras que, aunque elegantes en la forma, resultaron ofensivas en el fondo, como mujer, me sentí impactada: ver cómo dos mujeres, ambas con sacrificio y crecimiento reconocidos, podían permitirse herirse verbalmente me hizo reflexionar profundamente.

Aunque una de las colegas optaba por quedarse callada, hubo momentos en que sentí que debía expresarse para detener las ofensas, que al fin y al cabo parecían no tener fin, finalmente, fue la colega más objetiva y directa quien, con palabras precisas y medidas, logró terminar su participación de manera airosa, marcando un límite claro sin perder la dignidad.

A veces, nuestro éxito y nuestra luz pueden incomodar a otros. La psicología social lo explica como disonancia identitaria: cuando nuestro crecimiento refleja las limitaciones de otros, se genera incomodidad, el castigo no siempre es directo; aparece sutilmente en la distancia, la crítica o la frialdad. Pero estas reacciones externas no deberían hacernos perder de vista lo esencial: el respeto hacia nosotras mismas y hacia las demás.

Valoro profundamente el sacrificio, la disciplina y el crecimiento de cada mujer que lucha por avanzar, pero más allá de los logros, valoro la valentía y el respeto mutuo, la capacidad de reconocer el éxito ajeno y cualquier critica constructiva que nos puedan hacer mejorar sin tomarlo de manera personal y claro sin recurrir a la descalificación, porque destacar no solo implica brillar; implica también mantener nuestra integridad y dignidad, incluso cuando otros no lo hacen.