Ozymandias

En el siglo XIX, el escritor Percy Bysshe Shelley publicó un poema que se ha convertido en uno de los más conocidos dentro de la filosofía política: Ozymandias, nombre que corresponde al alias del faraón Ramsés II. En este soneto se narra cómo un viajero, perdido en el desierto, encuentra las ruinas de una estatua deteriorada por el paso del tiempo. En su pedestal aún puede leerse de forma parafraseada la siguiente inscripción: “Rey de reyes soy yo, Ozymandias. Si alguien quiere saber cuán grande soy y dónde yazgo, que observe alguna de mis obras”.

La imagen que ofrece la estatua contradice profundamente su inscripción: aquel “rey de reyes” yace en descomposición en medio de un desierto lejano, y todas sus obras han desaparecido, porque ningún poder puede resistir el despiadado e incesante paso del tiempo. El poema culmina con una frase demoledora que acentúa esta ironía: “Nada más queda. Alrededor de la decadencia (…)”. Esa brutal contradicción convierte la orgullosa proclama del monarca en un acto casi cómicamente ingenuo.

La enseñanza del poema es clara: el poder político es esencialmente transitorio, y la humanidad es impotente ante la marcha del tiempo. Ningún gobierno ni gobernante es eterno. Tal como advierte Rousseau en El contrato social: “Si quieres fundar algo durable, no pienses hacerlo eterno (…)”. El poder, por más vasto que parezca, siempre se extingue; todo lo que tiene un comienzo, inevitablemente también tiene un final.

En la cultura popular, el nombre de Ozymandias ha sido utilizado para simbolizar la caída de imperios o personajes poderosos. Un ejemplo notable es la galardonada serie Breaking Bad, cuya última temporada incluye un episodio titulado precisamente Ozymandias. En él se representa la caída del imperio criminal del protagonista, Walter White, reflejando fielmente la enseñanza del poema.

El soneto de Shelley debería ser lectura obligada para todo político que ostente o aspire a ostentar funciones públicas. Así como se alcanza una posición, también llega el momento de desprenderse de ella. El tiempo en el poder es siempre efímero, y las acciones de quienes gobiernan pueden ser recordadas o sepultadas por el olvido, según lo dicte ese invariable y silencioso juez: el tiempo.

En definitiva, Ozymandias nos recuerda que la verdadera grandeza no se mide por la ostentación del poder ni por la ilusión de eternidad, sino por el legado ético y humano que cada líder deja tras de sí. Los cargos pasan, las estructuras cambian y los nombres se desvanecen, pero permanece la huella de las decisiones que impactan la vida de los demás. Que este poema sirva como un llamado a la humildad, a la responsabilidad y a la conciencia histórica: porque, al final, todo poder que hoy parece imponente terminará enfrentándose al mismo juicio inapelable que enfrentó aquel rey del desierto. Sólo quienes actúan con integridad podrán aspirar a que, cuando el polvo se asiente, algo valioso permanezca.