Del 23 de enero de 1958 al primero de ese mes del 1959 la capital de la República Dominicana concentró a tres hombres fuertes latinoamericanos que habían perdido el poder en sus respectivos países. Un cuarto, tal vez más despiadado que los anteriores, era su anfitrión. El último de los aludidos, Rafael L. Trujillo Molina, llevaba casi tres décadas oprimiendo al pueblo dominicano.
La caravana de los gobernantes depuestos comenzó a llegar al país el 23 de enero de 1958 con el defenestrado dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, que posteriormente se instaló en Miami, EE.UU. y finalmente, después de cumplir prisión en su país, vivió y murió en la España gobernada por el tirano Francisco Franco. Cuatro días después le siguió el argentino Juan Domingo Perón Sosa.
Finalmente, el primero de enero de 1959 aterrizó en la base aérea de San Isidro el huido dictador cubano Fulgencio Batista Saldívar. Esa concentración era una especie de aquelarre en la República Dominicana. El que en 1933 fue identificado en un cable de un diplomático gringo como “el sargento Batista” es quien acapara la atención de esta crónica por su traumática relación aquí con Trujillo.
Pienso que excepto Perón los otros encajan en el marco de la novela El Señor Presidente, del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura en el 1967. Dicha obra enjuicia las dictaduras tomando como base al terrible Manuel Estrada Cabrera, que durante 22 años ensangrentó al pueblo de Guatemala.
Cuba
En los treinta años que gobernó el sátrapa dominicano ejerció, con sus altas y bajas, una enorme y siniestra influencia en la política cubana, persiguiendo, golpeando y asesinando a dominicanos que vivían exiliados en esa vecina isla; tal y como se comprueba, por ejemplo, en los dos tomos dedicados a ese tema escritos de manera minuciosa por el intelectual cubano Eliades Acosta Matos (La telaraña cubana de Trujillo. AGN. Volúmenes CLVII y CLXI. Editora Búho, 2012. EAM).
Vale recordar que al sindicalista Mauricio Báez, nacido el 23 de septiembre de 1910 en Sabana Grande de Palenque, en el Sur dominicano, lo desaparecieron en La Habana el 10 de diciembre de 1950, por órdenes de Trujillo. A la sazón Cuba era gobernada por Carlos Prío Socarrás. Así muchos otros dominicanos exiliados tuvieron una vida llena de infortunios en aquel país minado por espías y esbirros trujillistas.
El contubernio entre Trujillo y Batista comenzó en 1933, cuando este derrocó al presidente Carlos Manuel de Céspedes Quesada. Esa cercanía fue mayor cuando el cubano volvió al poder en 1952. Hubo entonces un tráfico de pertrechos de aquí para allá que se incrementó cuando los acontecimientos bélicos en la Sierra Maestra indicaban el fin de la era batistiana.
Batista siempre apoyó a Trujillo en sus tropelías contra los exiliados dominicanos que vivían en Cuba. Fue el caso, por ejemplo, del asesinato a puñaladas en una calle habanera, el 18 de agosto de 1955, de Jesús Hernández Santana (Pipí). A sus asesinos les pagaron en la embajada dominicana en La Habana.
Prueba de lo anterior está en la causa No.1224, sentencia No.350 de dicho año, de un tribunal de La Habana: “Fallamos: Que debemos imponer e imponemos a cada uno de los procesados Rafael Emilio Soler Puig, Adán Céspedes Céspedes y Alejandro Robinson Done, como autores de un delito consumado de asesinato, cualificado por la concurrencia de las circunstancias específicas de haberlo ejecutado mediante precio…una sanción de privación de libertad de treinta años de reclusión, la que cumplirán en el Reclusorio Nacional para Hombres en Isla de Pinos…” (Insertada en La verdad sobre Trujillo. Editora Nacional, 2011. Noel Henríquez).
La exitosa lucha guerrillera encabezada por Fidel Castro en las montañas del oriente cubano contra Batista, y las señales cada vez más evidentes del hastío del pueblo dominicano contra Trujillo impulsaron la mutua dependencia, con precisiones de intereses comunes, de esos personajes malévolos.
Otra prueba de ese vínculo lo reveló un general dominicano apodado Navajita, que con frecuencia hacía servicios especiales de seguridad interna y externa al primero, y quien horas antes de la fuga del segundo le había informado erróneamente a su jefe, luego de visitar a La Habana, que al opresor cubano le quedaban al menos seis meses en el poder. (Anatomía de un dictador. Barcelona,1967.Autor: Arturo Espaillat Rodríguez).
Las víctimas, como resultado de los nexos entre esos dictadores del Caribe insular, tocaron todos los ámbitos de ambos países. Un caso local vinculado con dicha alianza fue el ahorcamiento el 21 de enero de 1959 del periodista higüeyano Teófilo Guerrero del Rosario.
En concordancia con lo anterior un periodista seibano recoge la información de que Guerrero del Rosario comenzó a recibir presiones del régimen trujillista desde que en un pequeño periódico que codirigía se publicó una nota informativa en la cual se señalaba que “…los rifles-ametralladoras Cristóbal, producidos por la Armería del gobierno de Trujillo, en San Cristóbal, están en manos de los soldados de Batista en Cuba”. (Mis 20 años en el Palacio Nacional. Editora Taller, 1986. Pp.49 y 50. Manuel de Jesús Javier García).
Batista
Por otro lado, es oportuno señalar que la presencia de Perón en el país, como huésped de Trujillo durante casi dos años, fue de placer para el derrocado gobernante argentino. El venezolano Pérez Jiménez también gozó de comodidades en su exilio dominicano. El caso de Batista Saldívar fue diferente. Trujillo lo obligó a que pagara las armas que le había enviado para que intentara seguir gobernando. También lo presionó para que volviera a Cuba con tropas y armas dominicanas a rescatar el poder, a lo cual se negó.
Batista fue encerrado por unas horas en la cárcel de La Victoria, como parte de la extorsión económica que hizo Trujillo en su contra. Estuvo en la celda llamada El Pasillo, donde estaban purgando prisión por ser antitrujillistas el cardiólogo francomarisano José Antonio Fernández Caminero, el abogado petromacorisano Rafael Augusto Sánchez Sanlley y el ex mayor puertoplateño Segundo Imbert Barrera.
Relatos de entonces señalan que sus fugaces compañeros de celda le brindaron de cena “un huevo frito en mantequilla con algunas hogazas de pan”, que el déspota cubano luego referiría que fue un manjar en esos momentos de sofoque para él.
jpm-am
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