Los pueblos del Caribe insular, desde el siglo XV hasta el presente son el resultado de ese fenómeno de integración humana que algunos antropólogos y sociólogos definen como “melting pot”, vale decir un crisol de razas. Eso ha creado una fusión de culturas (con dos grupos: segregacionistas y asimilacionistas) cuyo resultado ha sido un archipiélago con características únicas en la tierra.
Ese mestizaje, cultural y étnico, desborda el marco de la visión filosófica que en el pasado desarrollaron Marx, Toynbee, Kant, Hegel y otros. No podía ser de otra manera porque una de las singularidades de las Antillas Menores es el hecho de que varios escritores nacidos allí han obtenido el premio Nobel de Literatura.
Coincido con las reflexiones del escritor colombiano Germán Arciniega, en su ensayo sobre la poesía como parte de la historia de América, en aquello de que cuando los poetas escriben de los saltos de la historia “despiertan al mismo tiempo la grandeza pasada y alimentan las esperanzas del porvenir”.
En esta parte del mundo cuando ha cuajado la libertad ha sido no sólo por razones bélicas, sino también “al impulso de discursos líricos”. Esa verdad con categoría de axioma no ha sido ajena a los territorios insulares más pequeños del mar Caribe y por ello son canteras de escritores de gran valía a nivel mundial, como es el caso de los dos premios Nobel de Literatura comentados en esta crónica.
Derek Walcott
Derek Alton Walcott nació el 23 de febrero de 1930 en Castries, la pintoresca capital de la hermosa y montañosa isla de Santa Lucía, en pleno corazón del mar Caribe, desde donde emigró siendo joven, pero con la cual mantuvo una relación permanente a través de su producción poética y dramática. Por el conjunto de su obra de gran sustancia inspiradora (más de quince libros de poesía y más de veinte dramas) se le otorgó en el 1992 el Premio Nobel de Literatura.
Ese ilustre santalucense puso su pequeña tierra en las letras grandes de la cultura. Está en un lugar de honor en el trono de las letras caribeñas y universales, por la calidad de su poesía en la que el numen y el estro alcanzaron niveles elevados. Así como por el mensaje social, político y económico que dejó en sus dramas. Vivió más fuera que dentro de su país, pero mantuvo con la cercanía espiritual. Por ejemplo, sobre los pescadores que arriban al pequeño puerto de su ciudad natal, escribió así: “Los pescadores que al crepúsculo reman hacia casa no son conscientes del silencio que atraviesan”.
Cuando un fuego provocó la muerte de la ciudad de Castries escribió uno de sus poemas más famosos. En el cual cincela versos de largo aliento emocional, uniendo desolación y esperanza: “Junto al mar humeante, donde Cristo caminó, pregunté ¿por qué debe un hombre encerar lágrimas, cuando su mundo de madera se derrumba? En la ciudad, las hojas eran papel, pero las colinas eran un rebaño de creencias; para un niño que caminó todo el día, cada hoja era un aliento verde”. (“A city’s death by fire”).
En su famoso poema épico Omeros, publicado en el 1990, conjugó con maestría el ethos cultural y étnico del Caribe insular. Fue uno de los ejes fundamentales que validaron su sobrada calidad para merecer dos años después el Premio Nobel de Literatura.
En Omeros dice que: “El Caribe no es un idilio…Sus campesinos y pescadores no están allí para ser amados, ni siquiera para ser fotografiados, son árboles que sudan y cuya corteza está cubierta por una película de sal”. Su fama comenzó mucho antes, con su primer poemario (1962), que tituló “Una noche verde”. En esos poemas Derek Walcott evidenciada ante sus lectores que vivía un conflicto interno por las dos mitades en que se dividían sus formaciones culturales: caribeña y europea.
El también Premio Nobel de Literatura ((1987) Joseph Brodsky se refirió a la escritura de Walcott como de “líneas palpitantes e implacables”, concluyendo que era “un archipiélago de poemas”. En sus poemarios se nota que su estilo se acercaba al gran poeta inglés del siglo XIX John Keats y también al poeta y humanista estadounidense Walt Whitman, autor de obras fundamentales de la literatura universal, entre ellas el inigualable poemario titulado “Hojas de Hierba”.
Walcott no sólo fue poeta y dramaturgo. También fue profesor de literatura inglesa en las Universidades de Harvard, en EE.UU., Essex en Inglaterra y Alberta, situada en la ciudad de Edmonton, Canadá y otras. En el 2008 el país. Participó en la feria del libro de ese año, ocasión en que pronunció un discurso. En sus entrevistas aquí se refirió a las dificultades de los escritores caribeños para colocar sus libros en la parrilla de salida de las grandes editoriales.
Saint John Perse
Saint John Perse fue poeta, diplomático, abogado, médico, geólogo y botánico. Nació el 31 de mayo de 1887 en la isla caribeña de Guadalupe, en el seno de una familia francesa dueña de grandes haciendas de caña de azúcar y café. Tuvo el privilegio histórico de ser el primer caribeño en recibir el máximo galardón de las letras universales. En el 1960 le otorgaron el Premio Nobel de Literatura. En su añorada Guadalupe figura en el primer escalón de las glorias literarias.
Gran parte de su obra, especialmente su poemario “Anábasis”, demuestran que Perse fue un gran poeta. En la sección de comentarios sobre poesía de la colección titulada “Obras y Apuntes”, (edición del 2008) del crítico literario dominicano Max Henríquez Ureña hay largos párrafos de análisis rigurosos sobre los trabajos poéticos de ese famoso guadalupeño de sangre francesa.
Aunque vivió más fuera que en su propia tierra de nacimiento (salió de allí a los 12 años) no rompió sus vínculos con su pequeño archipiélago guadalupeño, como se comprueba en las piezas que hacen de su poemario titulado “Exilio” una amalgama de sentimientos que reflejan de cara al exterior su ser más íntimo.
En Pointe-A Pitre, la pequeña urbe que resume el pasado y el presente de Guadalupe, hay un museo, una avenida, una escuela y otras cosas que mantienen allí un recuerdo permanente de esa personalidad que hasta su muerte (ocurrida el 20 de septiembre de 1975) siempre estuvo en contacto con el lugar donde llegó al mundo.
Recordando su niñez en Guadalupe escribió un poema señalando que: “Mi niñera era mestiza y olía a ricino/siempre vi que había perlas de sudor brillante sobre su frente/en el contorno de sus ojos, y su boca también, tenía el sabor de las pomarrosas, en el río, antes del medio día”.
En otros de sus textos sobre sus recuerdos de su tierra de nacimiento escribió que su casa era una “…alta mansión de madera” y al evocar a los que en ella trabajaban en labores domésticas dijo que tenían “…rostros informes, color de papaya y de fastidio, que se mantenían detrás de nuestros asientos como astros muertos.”
En gran parte de su obra se observa lo que el humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña explicó al hablar sobre la gramática en general: “…El lenguaje no es un fenómeno meramente lógico, meramente intelectual, sino fruto del espíritu humano en su totalidad…en la plenitud de sus actividades sociales…” (Estudios lingüísticos y filológicos. Obras Completas. Tomo IV. P 108.Editora Universal, Sto. Dgo., 2003).
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