Los mercaderes de la salud (OPINION)

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El AUTOR es abogado y político. Reside en Santo Domingo.

En los últimos años, el sistema de salud se ha ido transformando en un gigantesco negocio donde el paciente dejó de ser ya el centro de atención y se convirtió en un cliente, en una mercancía más del mercado.

Médicos que cobran consultas impagables, recetas llenas de medicamentos de marcas caras y una larga lista de estudios clínicos y pruebas diagnósticas, la mayoría de las veces, innecesarios.

Lo más grave es que, en muchos casos, esos estudios y procedimientos se realizan en centros de diagnósticos o laboratorios propiedad de los mismos médicos o de empresas relacionadas con ellos.

Una relación de intereses que pone en entredicho la ética profesional y desnuda un modelo de salud corrompido por la codicia.

El abuso es evidente. Las tarifas de las consultas privadas se disparan sin control, dejando fuera del acceso a miles de personas que no pueden costear una simple visita al especialista.

Y no conforme con eso, el paciente es presionado a comprar medicamentos de marca —cuando existen genéricos igualmente eficaces— cuyo único propósito es engordar la factura del paciente y el bolsillo del médico.

Sin escrúpulos

La salud no puede seguir siendo un negocio sin escrúpulos. Es inmoral que clínicas y médicos se lucren desproporcionadamente con el padecimiento humano de los demás.

Las autoridades deben regular con firmeza estas prácticas, imponer sanciones y obligar a la transparencia en las relaciones entre médicos, farmacias y laboratorios.

Porque detrás de cada receta inflada y de cada factura injusta hay un ciudadano que sufre, una familia que se endeuda y un sistema sanitario que se desmorona bajo el peso de la codicia.

La salud, que es considerada un derecho humano fundamental, se ha convertido en uno de los negocios más rentables y descarados de nuestro tiempo.

Lo que antes era una vocación de servicio y un compromiso ético con el bienestar del prójimo, hoy parece haber sido reemplazado por una obsesión mercantilista que pone el dinero por encima de la vida.

Cada día son más los pacientes que denuncian los abusos de un sistema médico privatizado, donde las consultas cuestan una fortuna, los medicamentos recetados pertenecen a las marcas más caras del mercado y las ¨pruebas¨ y ¨análisis¨ se multiplican sin justificación real.

El médico que antes veía en su consultorio al ser humano que necesitaba ayuda, hoy muchas veces ve un cliente al que hay que exprimir.

Se receta lo que más deja ganancia, no lo que más conviene al paciente, se ordenan estudios innecesarios solo para generar comisiones, se prescriben medicamentos de costos muy elevados, porque detrás hay acuerdos con laboratorios o incentivos disfrazados de “visitas médicas”.

Mientras tanto, el ciudadano común se empobrece intentando mantenerse sano. Una visita a un médico puede costar lo mismo que un mes de salario. Un tratamiento completo puede arruinar a una familia. Y si no tiene seguro médico —o si lo tiene, pero con coberturas mínimas—, sufre la amarga realidad de un sistema que excluye a los pobres y protege los intereses del negocio.

El Ministerio de Salud, los colegios médicos y las aseguradoras no pueden seguir mirando hacia otro lado. Urge una reforma ética en el ejercicio de la medicina privada, acompañada de una regulación firme que ponga límites a los abusos, supervise las prácticas de recetarios y promueva la transparencia en la relación entre médicos y proveedores.

Porque la salud no puede seguir siendo un lujo. Porque el dolor y la enfermedad no deben ser oportunidades de lucro. Y porque un país que permite que sus ciudadanos enfermos sean víctimas de un mercado sin alma, ha perdido no solo su sentido social, sino su humanidad.

jpm-am

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