Maternidad de la Virgen María: un regalo de Dios a la humanidad

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LA AUTORA es mercadóloga y comunicadora. Reside en Santo Domingo.

Inicia el mes de mayo, el de las madres, por tanto también de María, madre de Dios y nuestra.

En un gesto de amor y desprendimiento, Jesús entrega a Juan a su Madre, y a María en Juan a nosotros.

Meditemos juntos el momento de la Anunciación, cuando el ángel Gabriel le comunicó a María que concebiría al Hijo de Dios. La joven de Nazaret se enfrentó al mayor de todos los desafíos: aceptar ser la madre del Salvador en un mundo que a menudo rechaza lo divino.

Su «sí»  estaba cargado de fe, confianza y obediencia. Aún sin entender como sería, no titubeó en dar el Sí que nos atraería la Salvación, porque solo con su Sí tendríamos a Jesús, el Cristo.

Ella, en su gran bondad poseía y posee (porque está viva junto a Jesús)  un corazón gigante, de un amor inmenso,  que trascende  la maternidad biológica y se extiende a todos nosotros sus hijos.  María no solo le dio vida en su carne a Jesús, sino que le alimentó, y cuidó.

Su maternidad es un acto de entrega total; ella no solo engendra humabamente a Cristo, sino que también se convierte en nuestra Madre espiritual. En esta relación, María nos acompaña, intercede por nosotros y nos guía en nuestro camino hacia Jesús.

En cada oración a ella, desde el rosario hasta las letanías, sentimos su abrazo amoroso, que suaviza las penas y amplifica nuestras alegrías.

Su amor nos recuerda que no somos huérfanos ni estamos solos. En los momentos de sufrimiento, de pérdida o de confusión, sabemos que Ella nos comprende, porque también vivió la angustia del sufrimiento, desde la angustia de buscar a su Hijo en el templo hasta el dolor indescriptible de presenciar su crucifixión.

Su maternidad no solo es un don para Jesús, sino para toda la humanidad, ofreciéndonos un canal  afectivo y efectivo a través del cual podemos experimentar la compasión divina.

Lo grande en María es que no sólo es la Madre de Jesús, sino su mejor discípula,  constituyéndose así en gran modelo a imitar.

Ella nos ofrece un amor que perdona, que acoge y que nunca excluye.

Redescubramos la belleza y la fuerza de la maternidad de María. En Ella podemos encontrar el consuelo y la inspiración que necesitamos. Su amor maternal nos guía a través de las tempestades de la vida, y su ejemplo nos lleva a una vida de entrega y compasión.

Cobijémonos bajo su manto, y refugiémonos en su Sagrado Corazón. Hagámosle caso de su gran consejo con respecto a Jesús: «Hagan lo que El les diga».

Meditemos con Ella a través de su regalo: el Santo Rosario con sus misterios gozosos, dolorosos, gloriosos y luminosos de nuestro Salvador y Redentor.

Finalmente, pidamos  al Espíritu Santo poder imitar sus excelsas virtudes para glorificar a nuestro Dios.

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